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LA PALABRA NOS EDUCA EN LA HUMILDAD.

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LECTURAS DE HOY: 28/8/22. (Ecl 3,17-18.20.28-29; Sal 67; Heb 12,18-19.22-24ª; Lc 14,1.7-14).

En la primera lectura del Eclesiástico, la sabiduría nos instruye sobre la humildad. Nos muestra una de las particularidades de Dios: “ser grande y darse a los pequeños”. Aquí encontramos pistas para vivir la humildad, dando lo mejor de nosotros también a las personas que socialmente son consideradas insignificantes. La humildad, al ser don divino, nos ofrece la mirada de Dios. La persona humilde mira como Dios mira, piensa y se dispone como Dios lo hace.

La sabiduría advierte: “no corras a curar las heridas del cínico, porque es brote de mala planta”. Pudiéramos interpretar que no “hagamos sala” a la gente que habla palabrerías superfluas, sin provecho común, porque éstas surgen de una vida interior no trabajada. Contrariamente, la persona sabia sabe en qué se deleita, pues las compañías sabias conducen hacia la verdadera felicidad. La persona sabia escoge a quién escucha y discierne lo que dice.

La segunda lectura de la Carta a los Hebreos nos muestra la ciudad santa, la Jerusalén del cielo, con millares de ángeles en fiesta, destino de las almas justas… Las imágenes nos provocan el verdadero escenario que hemos de vivir desde ya, en esta tierra. La vida del cielo comienza en la tierra cuando nos dejamos inspirar por la humildad de Dios. Usted se quita un peso enorme cuando deja de vivir para aparentar y demostrar; y asienta su vida en los pilares de la verdad.

El evangelio nos ayuda a aterrizar y a concretar cómo se puede ser humilde. Jesús nos dice: “…cuando te inviten a una boda, no te sientes en el puesto principal…; vete a sentarte en el último puesto”. Meditemos que si una persona, acogiendo esta enseñanza, se sienta en el último puesto, y sufre por estar allí, es porque aún le falta crecer. Jesús nos invita a la genuina desapropiación, aquella que da paz, “como si fuésemos escobas que, luego de barrer, queda tranquila en cualquier lugar donde la pongan”. El servicio desinteresado nos hace humildes.

Nuestra tarea es de bajada, a ejemplo de Cristo, y en Él. A Dios, y no a nosotros, le toca subirnos. Y nos subirá cuando maduremos, a fin de que vivamos arriba, con actitudes de quienes permanecen abajo. La humildad se cultiva dándose uno gratuitamente, especialmente a las personas que no pueden devolver los favores, pues no tienen con qué pagar.

El Salmo nos anima a cantar a la humildad de Dios: “Preparaste, oh Dios, casa para los pobres/ Derramaste en tu heredad lluvia copiosa/ Tu rebaño habitó en la tierra que tu bondad preparó”.  

1. ¿Hoy, dónde estoy intentando “sentarme”?
2. El camino que voy llevando, ¿es para subirme o para bajarme?
3. ¿Le estoy dando mi vida a quienes no pueden pagarme?