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Lávense las manos

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El muchachón se me quedó mirando, azorado;  y le inspiré confianza, pues  me abordó a bocajarro diciendo: “Oiga, primo, ¿Cuándo será que nos dejarán bañar? Porque hasta ahora lo único que nos dicen es: lávense las manos.”

Bueno, si hay que bañarse, nos bañamos. No podemos contentarnos con lavarnos las manos, como Pilatos; hay que hacer un buen lavado en la cabeza, más profundo del que se acostumbra los sábados o como preparativo para una fiesta. Porque esa cabeza está llena de pensamientos torpes que impiden que caminemos con intenciones nobles. Hay que limpiar de virus malignos a la que sirve de piloto en nuestras acciones.

Pero igualmente hay que lavarse la boca, pues ahí sí hay tela que cortar. Echarle desinfectante a la lengua, para que se purifique y se sane de las enfermedades que todos conocemos. Pedirles a todos los que utilizan los medios de comunicación radiales, televisivos, redes sociales, que aprovechen este tiempo  de acuartelamiento obligado, no para empeorar, sino para mejorar. Para algo nos tiene que servir este ejercicio de prisión involuntaria que estamos viviendo; no sólo para convencernos de que estamos vivos a chepa.

Pero, donde la puerca retuerce el rabo y es necesario hacer un lavado bien profundo es en esa conducta sexual desordenada que domina al mundo y que lleva a crear negocios de perversión, fabricar fármacos que, tarde o temprano enferman el cuerpo o el alma, y llegar al extremo de tomar decisiones de exterminio legal de criaturas en el seno de su madre, en cantidades astronómicamente mayores de aquellas que ha producido la pandemia actual; pero eso no nos hace ni cosquilla.

Claro, hay que lavar el corazón, para renovarlo y buscar una salida humanística a esta aventura única de la vida, en que nadie es ajeno a nadie y en  que todos vamos en la misma barca. Necesitamos un corazón nuevo, purificado de toda inmundicia, que sepa latir por valores, no por basuras del momento, a las que uno se aferra pensando que son la clave de salvación.

Hay que morir, para vivir. Esa es la Pascua: morir con Cristo a la basura antigua, virada y viciada, para resucitar a una a una vida nueva.

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