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“El que es de Cristo es una criatura nueva”

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Cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez

XII Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B
20 de junio de 2021

Del libro de Job 38, 1.8-11.

El sufrimiento es un misterio y no­sotros no pode­mos comprender los caminos de Dios. El Job desesperado en su terrible dolor, habla por la humanidad que pide a Dios razón del sufrimiento. En lu­gar de recibir una respuesta a su pregunta, por qué de esta realidad terrible del dolor, es llevado a contemplar el uni­verso y sus inabarcables ma­ravillas. El mar impetuoso lo invita a mirarlo con ternura.

Nosotros mismos, cuando sufrimos algo, también quere­mos pedirle a Dios explicacio­nes, por qué debo yo sufrir esta prueba o aguantar esta situa­ción de dolor. Job intuye que en el universo entero hay hue­llas del amor de alguien y de sabiduría infinita Se encuen­tra con Dios y entonces sus pre­guntas ya no piden respuesta.

De la segunda carta de San Pablo a los Corintios 5, 14-17.

Para San Pablo, el cristia­nismo es una mística de la novedad. Tiene una alergia a lo “viejo”, no a lo “antiguo”. Esto es lo que merece la pe­na y es asumido en la nove­dad presente. Él sigue defen­diendo su ministerio frente a ataques y reticencias. Se pue­de leer entre líneas lo que sus enemigos le achacaban, ser un visionario y un exaltado.

¿Pretendían socavar por ahí su autoridad como Apóstol? Él se defiende con el respeto debi­do al Señor, “consciente del res­peto que le debemos al Señor, procuramos convencer a los hombres”. De ahí la sinceridad y la franqueza con que siempre ha procedido en su ministerio. Es­pera que los corintios reconoz­can también esta transparencia de su actuar. Por lo demás Pa­blo en todo procede con respeto a Dios y amor a Cristo, un amor que corresponde al amor sacrifi­cado del Señor. Vivir para Cristo es vivir sin egoísmo el amor a los hermanos y hermanas.

Del evangelio según San Marcos 4, 35-40.

San Marcos señala que el Señor, después de una intensa jornada, dice a sus discípulos, “vamos a la otra orilla”. De­jando a la gente, dice el evan­gelista, “se lo llevaron en bar­ca como estaba; otras barcas lo acompañaban”. ¿Qué pasó en ese momento? “Se levan­tó un fuerte huracán y las olas rompían contra la barca has­ta casi llenarla de agua, Él es­taba a popa, dormido sobre un almohadón”. La tradición ha visto siempre en la barca el símbolo de la Iglesia.

Siguiendo la línea uni­versal del anuncio, Jesús se dirige a tierra de paganos. En la tradición de los ju­díos el mar era símbolo del mal. El viento huracanado es obra de los espíritus del mal para impedir que el rei­no de Dios llegue a los pue­blos paganos.

Por un momento logran resquebrajar la fe de los dis­cípulos. Como si estuvie­ra expulsando un demonio Jesús ordena la calma del mar y del viento. Luego des­enmascara la falta de fe de los discípulos, evidencian­do lo mucho que les falta por aprender, “¿Maestro, no te importa que naufrague­mos?” “Él se levantó, incre­pó al viento y ordenó al lago: ¡Calla, enmudece!”. El vien­to cesó y sobrevino una gran calma. Y les dijo: ¿Por qué son tan cobardes? ¿Aun no tienen fe? Llenos de temor, se decían unos a otros: ¿Quién es éste, que hasta el viento y el lago le obedecen?

Este es Jesús, el Hijo de Dios, el Mesías esperado por tantas generaciones. Con su palabra demuestra que es­tá por encima de los elemen­tos de la naturaleza y confor­ta nuestra fe. Gracias, Señor, por tanto, amor y delicadeza con toda la humanidad.