Tristeza y melancolía, fuera de la casa mía
3 min read¡Abajo la tristeza y la melancolía! ¡Pa’ fuera la bilis amarga y el pesimismo! La vida hay que verla color esperanza.
¿Para qué vives? Estamos condenados a ser felices. ¡Feliz condena! Desde que estamos en el vientre de nuestras madres buscamos la felicidad.
Afirmar que vivimos para ser felices, parece ser la cosa más clara del mundo; sin embargo, da la impresión de que no estamos convencidos de eso, sino de lo contrario.
Inventamos formas de robarnos la felicidad, a través de comportamientos de rechazo de nuestra propia persona y de los demás.
Hoy nos comprometemos a hacer de la alegría la tónica permanente en nuestra vida. Estar alegres es sentirnos felices; esto es fruto de serenidad y paz, de profunda satisfacción interior. Esa alegría que nace desde dentro nos permite dar lo mejor de nosotros, saludar con amor a los demás, desearles buenos días, buenas tardes, sonreírles, manifestando que su presencia nos agrada.
La alegría interior genera relaciones que permiten ubicarnos en este mundo con el firme propósito de ser felices: creando ayuda mutua, concordia, buenas relaciones. La alegría debe ser parte esencial de nuestro proyecto de vida.
Ya lo decía Don Bosco: “Tristeza y melancolía, fuera de la casa mía.” Al mismo tiempo reconocía que cuando un joven está triste es porque está enfermo del cuerpo o del alma.
Pero ni siquiera la enfermedad del cuerpo debe alejar la alegría profunda que nace de un alma en paz consigo misma, con los demás y con Dios. He visitado mucha gente enferma que me ha dado una tremenda “pela de calzón quitao” con su actitud de serenidad y alegría, a pesar del cuadro difícil de enfermedad por el que atravesaban.
Para Don Bosco, incluso, la santidad consiste en estar siempre alegres. Naturalmente no se trata de la “alegría” que es fruto de una chercha cualquiera, de la ingesta de potes de romo o de cualquiera vagabundería o parranda sin control.
La alegría de que hablaba Don Bosco era aquella que Francisco de Asís vivió y dejó en testamento a su familia espiritual: la santa alegría. Es aquella que tiene su origen en Dios, que es amor; la que nace de la armonía interior de la persona, se irradia hacia los demás y se manifiesta en el respeto y cuidado del medio ambiente.
Quien está alegre de verdad testimonia que tiene a Dios en su corazón y lo comunica con su actitud, creando un clima humano agradable. Esa es nuestra tarea: ser felices y hacer felices a los demás.
Respira hondo, llénate de paz interior, déjate de “ñe, ñeñe”, y haz que la alegría sea la tónica de tu vida, para que seas feliz.