Sáb. Jul 27th, 2024

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Pensando en la Pandemia

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Habiendo iniciado mi día de trabajo, primero con la lectura de la prensa y el repaso de los medios, en procura de informaciones sobre la actualidad local, vinculantes éstas en el sentido amplio, con lo hemisférico y global. He proseguido, con la tarea de contrastar lo compilado, con el sentir del hombre del colmado, mismo que firma el vale para el almuerzo o con el fulano transeúnte, que adelanta hacia ninguna parte, pues le abruma la consciencia de saberse inconsciente, sin actualidad ni destino.

Tras ello medito sobre el mundo, el sentido humano del hombre, la familia, la sociedad, el hábitat, la inmensidad del pensamiento que de repente encumbra de lo simple a lo complejo, para abordar en los fenómenos incomprensibles que se alborotan desde el aprecio, por el paladar de un café o en la visión que encumbra sobre lo volátil y esférico del aroma. Duro golpe que sedimenta en los hechos.

Al final de la jornada resumo sobre papel, el feroz tránsito entre la dulzura de los dichos y el inmenso peso de los hechos, tan difícil éstos de soliviantar en brazos. Por ello, he asentado en mi cuaderno de notas lo siguiente: existe una pandemia.

La pandemia es un virus que aniquila al hombre, mediante:

  • Los negocios inmorales.
  • La educación que forma robots.
  • La deshumanización vista en el desempeño de los oficio y profesiones.
  • Las familias desmembradas a ejemplo de la iconocracia de los medios.
  • Las noticias desmasificadas para cada público según los fabricantes de contenido.
  • La economía de lo superfluo.
  • Las prédicas que no revelan luz para el que se haya a oscuras.

Repaso en el pensamiento del Cardenal Sarah; “Un árbol sin raíz no da frutos”

Y reflexiono:

Para vencer la pandemia hay que tomar sustancia con la raíz.

La sustancia es Cristo, un manantial de aguas cristalinas para saciar la sed.

La raíz es tu opción para endulzar el alma.

Roguemos por la Iglesia para que:

Desde el púlpito se replique de manera constante el sermón de la montaña.

Para que cada Eucaristía sea, en las manos del oficiante y en la comunión del pueblo, verdadera carne y sangre de redención.

Demos gracias al Dios Altísimo que cierne en el pueblo para separar de lo corrupto, lo bueno.