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LA ORACIÓN: GRACIA QUE CAPACITA Y TRANSFORMA.

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EVANGELIO DE HOY: 13/03/22 (Lc 9,28b-36).

En este segundo domingo de cuaresma se nos presenta el pasaje de la transfiguración de Jesús. Si el pasado domingo tuvimos la experiencia de oración de Jesús en el desierto, donde fue tentado, ahora la identificamos en la montaña, teniendo como testigo a tres de sus discípulos: Pedro, Santiago y Juan. Meditemos en el episodio teniendo como centro tal dimensión orante y lo que ésta dice a nuestras vidas:
 
Jesús muestra su necesidad de orar; no se queda en el deseo, sino que abre espacio y se dispone a subir en la montaña. Cuando invita a sus tres discípulos también les está educando e instruyendo, les está marcando la ruta de cómo se echan raíces en la vida de fe y se arraigan las bases para permanecer en fidelidad.

Una cosa, para nosotros, es leer sobre la oración, hablar de oración, que es cosa buena, y otra, decidirse a orar. La oración, en este sentido, tiene propósito. Jesús necesita fortalecer su misión. Ese tiempo fuerte con el Padre será estanca para todo el proceso de la pasión. Sin vida de oración las cruces cotidianas doblegan y desenfocan.
 
“Mientras oraba el aspecto de su rostro cambió”. Jesús se transfiguró, cambió de forma, de aspecto. Eso hace la oración en nosotros, nos transforma y dibuja en nuestro ser un rostro que recuerda la gracia de Dios. Lo que Él hace en nosotros por dentro se refleja por fuera. No hay cosa más hermosa que estar en la presencia de Dios, porque nos volvemos oración.

Todo se centra en Él. Y Él se centra en nosotros. No hay tiempo que perder. Es lo que han vivido los hombres y las mujeres de Dios a lo largo de la historia de salvación. Dios se da a beber sorbo a sorbo cuando lo buscamos con sed.
 
En la oración Dios instruye a sus hijos e hijas. Es lo que pasa con Jesús, cuando se le presentan Moisés y Elías. Ellos representan la intervención de Dios acompañando, considerando, recordando, alimentando, sosteniendo, vislumbrando el camino que debe seguirse en obediencia.

Está dibujado aquí un fuerte sentido de comunión. Jesús tiene que cargar la cruz solo, pero no solitario. La comunión de los santos lo sostiene. Cuando uno se decide a “subir a la montaña”, la fuerza de todos los santos y santas lo respaldan y se hacen presente.
 
La oración trae, entre sus frutos, el discernimiento. Jesús sabe que no puede hacer caso a la sugerencia de Pedro, de hacer tres tiendas allí. Porque si subir es necesario, bajar de la montaña es fundamental. La atmósfera orante permite distinguir la voz de Dios, de nuestras voces.

Se hace necesario que la nuestra silencie para darle primacía a lo que Él desea comunicar. Y lo que comunica es que callemos para que sea el Hijo quien hable. Nos toca escuchar más que hablar en la oración. En este sentido, la escucha y la obediencia son hermanas gemelas.
 
Señor: con razón dice el salmista “El Señor es mi luz y mi salvación”. Danos las luces necesarias en la oración para nosotros seguir tu voluntad. Necesitamos orar más, porque nunca es suficiente. Ayúdanos a sentir gusto por la oración, sabiendo que en la vida de oración, si bien se quisieran hacer las tiendas, hay que salir de ellas y caminar con lo que hemos escuchado de ti.

Al caminar convencidos de hacer tu voluntad, Señor, nada ni nadie nos hace temblar, porque aún en medio del sufrimiento, nos sostiene la gracia de estar contigo en el país de la vida.
 
1. ¿He experimentado, por la oración, la transformación de mi humilde persona en una nueva, y gloriosa, en Cristo Jesús?

2. ¿Voy a la “montaña” para buscar y confirmar la voluntad de Dios para mi vida?

3. ¿Hago silencio para escuchar lo que el Hijo Amado habla? ¿Obedezco su voz?