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Mons. Freddy Bretón aboga por Código Penal que castiguen al malhechor y protejan a la criatura indefensa

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El arzobispo metropolitano de Santiago, monseñor Freddy Antonio Breton Martinez. Hoy/ Wilson Aracena

Homilía en la Solemnidad de La Anunciación del Señor Día del Niño Por Nacer

25 de marzo del 2022.

Hermanas y hermanos:

Doy infinitas gracias a Dios que me permite compartir con ustedes esta santa Eucaristía, en la solemnidad de la Anunciación del Señor, en el día del Niño por nacer.

Nuestras madres y nuestros padres fueron los servidores de Dios que, con su constante cuidado, hicieron posible que ahora estemos recorriendo el camino de la vida; no nos aniquilaron en el vientre materno, sino que nos protegieron celosamente desde el misterioso inicio, hasta que salimos a la luz de este mundo, y aun después. Gracias a ellos estamos hoy aquí.

Pero mucho antes que ellos, San José y la Virgen María hicieron lo mismo: protegieron contra viento y marea a la criatura que les fue confiada: Jesús, nuestro Salvador.

La Virgen se sintió confundida con la llegada de este huésped imprevisto; pero, habiendo hecho las preguntas pertinentes al enviado de Dios, concluyó como lo hace una persona de fe: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» (Lucas 1,38).

Para José fue más fuerte todavía. Su dama quedó embarazada antes de vivir juntos. Mal comienzo: empezar a convivir, con una criatura extraña de por medio, en el clima enrarecido de la infidelidad.

El recurso fácil hubiera sido echar fuera al intruso, abortar. Y lapidar a la portadora del mismo, según la usanza legal. Pero, “como era un hombre justo”, decidió irse lejos a sufrir su vergüenza sin hacer daño.

La intervención de Dios lo llevaría —como creyente que era— a obedecer plenamente, asumiendo con absoluta responsabilidad el cuidado paternal de Jesús y el rol esponsal en la Sagrada Familia de Nazaret. A dónde hubiéramos ido a parar sin el asentimiento pleno de estos dos seres humanos, José y María, al amoroso plan de salvación del Dios eternamente fiel.

“Pide una señal”, escuchamos en la primera lectura (Isaías 7,10-14;8,10). Nuestra sociedad y la humanidad entera están necesitando esa señal. ¿De qué se trata? Del indudable gesto que nos muestre definitivamente superiores a las fieras.

“¿No les basta cansar a los hombres, que cansan incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa «Dios-con-nosotros».”

Es una señal de fragilidad, de una joven embarazada que requiere un entorno adecuado, de cuidado, de ternura, para poder llevar a feliz término la aparición de la señal de Dios, del Emmanuel.

De hecho, cada ser humano que viene a este mundo es señal de la presencia de Dios. Pero es evidente que estamos viviendo tiempos turbulentos, de crudelísima muerte para los inocentes. ¿Qué es el aborto si no la crueldad en sumo grado? Termina despedazado por los supuestos protectores, el sueño de una criatura nueva: un niño, una niña, amados infinitamente por Dios.

En esta dura lucha por la defensa de la vida somos ridiculizados por nuestro atraso: se trata, según dicen, de gente “medieval” que se quedó atrás, rezagados de las nuevas corrientes de vanguardia. Pero debemos unirnos todos, sin que ninguna persona sensible permanezca indiferente. Bien sabemos que no pueden gritar los niños en el vientre, pero podemos y debemos hacerlo nosotros. Y en eso estamos: proclamando el Evangelio de la Vida.

El querido Papa Francisco ha hablado reiteradamente con claridad meridiana.  Ha dicho: “El aborto no es un mal menor: es un crimen, es echar fuera a uno para salvar a otro. Es lo que hace la mafia”. Y también expresó: “Pero, ¿cómo puede ser terapéutico, civilizado, o simplemente humano un acto que suprime la vida inocente e indefensa en su florecimiento? Yo les pregunto: ¿Es justo «quitar de en medio» una vida humana para resolver un problema? ¿Es justo contratar a un sicario para resolver un problema? No se puede, no es justo «quitar de en medio» a un ser humano, aunque sea pequeño, para resolver un problema. Es como contratar a un sicario para resolver un problema.”

Parafraseando al Santo Papa Juan Pablo II, de tan feliz recordación, diré que no son dignas de confianza las autoridades y la sociedad que no protejan a los vulnerables e indefensos. Y nadie lo es más que el que todavía está en el vientre de su madre.

De forma reiterada, los Obispos Dominicanos hemos hecho fervientes llamados a todas las personas de buena voluntad para que se sumen a esta batalla por la defensa de la vida. Y otras muchas personas, incluso de diversas denominaciones religiosas, han hecho lo mismo que nosotros.

Quiera Dios que ese clamor de un pueblo que ama y defiende la vida, encuentre eco en el corazón de nuestras Autoridades Nacionales, y especialmente en nuestros Legisladores, de quienes esperamos un Código Penal y unas leyes que castiguen al malhechor y protejan a la criatura indefensa desde el vientre de la madre.

Esta tierra, en la que primero resonó la voz de Fray Antón de Montesinos reclamando justicia para los indios, fue también el lugar que albergó a los primeros defensores del niño por nacer, como consta en el Catecismo de Fray Pedro de Córdoba —mentor y compañero de Fray Antón de Montesinos— publicado el año de 1544. En dicho libro leemos: “Y también van contra este mandamiento (el quinto), las mujeres que toman algo para echar la criatura cuando están preñadas, o lo dan a otra, o se lo aconsejan que lo hagan.”

De muy atrás viene, pues, la defensa de la vida en esta tierra. Ojalá nuestras Autoridades no traicionen esta hermosa y enaltecedora tradición que nos ha caracterizado.

Que la Sagrada Familia de Nazaret bendiga e ilumine a nuestras Autoridades, así como a todo nuestro pueblo. Amén.

† Freddy Antonio de Jesús Bretón Martínez
Arzobispo Metropolitano de Santiago
Presidente de la Conferencia del Episcopado Dominicano.