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SAN PEDRO Y SAN PABLO: COLUMNAS Y ESCUELA PARA NUESTRA FE.

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LECTURAS DE HOY: 29/6/22. (Hch 12,1-11; Sal 33; 2Tim 4,6-8.17-18; Mt 16,13-19).

Hoy celebramos la solemnidad de los apóstoles san Pedro y san Pablo; meditemos desde estas dos columnas en nuestra fe cristiana y aprendamos con su ejemplo:
 
Pedro fue un humilde pescador. Un hombre de trabajo manual. Rústico, de poca letra. Espontáneo, atrevido, improvisador. Apenas relacionado con su pequeño mundo, su pueblo, sus hermanos, su familia. ¡Cuántos boches llevó Pedro por parte de Jesús! El Señor quería conducirlo hacia una dirección y él le salía por otra. Cuando había que bajarse al llano, él proponía quedarse en las alturas. Era un hombre que buscaba resolver sin mucho discernimiento, operativo y emprendedor; en fin, exigió del Maestro mucha paciencia y perseverancia. Con todo, había algo en él, y sólo el Señor lo sabría a exactitud, que le mereció la confianza.
 
Las lágrimas de Pedro, arrepentido de la negación, bañaron las páginas del evangelio. De tres veces negarle, a tres veces decirle “te quiero”, reflejan la pureza de quien termina diciendo: “A dónde iremos, si sólo tú tienes palabras de vida eterna”. Ese Pedro, lanzado y arriesgado, que se hunde al distraerse en el agua, fue restaurado por la fuerza del Espíritu Santo, para conducir la barca con Jesús; a Él reconoció Mesías, Hijo de Dios vivo, y en dicha verdad/roca el Señor edificó su Iglesia. De Simón, pasó a llamarse “Pedro”. La Iglesia, en Pedro, nació perseguida, apresada, como lo vemos en la primera lectura de hoy, donde queda claro que el Señor, mediante sus ángeles, no duerme ni reposa para liberarla.
 
Pablo era de origen judío, con extraordinaria formación. Hablaba varios idiomas, ciudadano romano, con una visión amplia de las grandes metrópolis de la época; y perseguidor de los cristianos. Con la energía y la fuerza de un hombre competente, toda su inteligencia estaba enfocada a destruir la Iglesia primitiva; celoso y fervoroso de la Ley de sus antiguos. Un día cayó al suelo. Él que siempre conducía a los demás, pasó a ser guiado como un niño; casi muerto, pasó tres días sin ver, ni comer ni beber, luego de haberse encontrado con Cristo. Ciertamente, el Señor lo necesitaba.
 
Pablo, de perseguidor pasó a ser predicador convencido y convincente. ¿Qué hubiese sido del cristianismo sin Pablo? Fue el instrumento escogido, porque pudo, y así lo hizo, reinterpretar el Antiguo Testamento a la luz de Cristo. Con razón le llaman “el primer teólogo del cristianismo”. Nos acompañó para pasar del mundo de la Ley al mundo de la gracia. Con su extraordinario fervor y pasión por Cristo incendió los corazones más allá de las fronteras judías. ¿Quién no ha recitado, con buenos deseos, la frase paulina: “No soy yo quien vive, sino es Cristo quien vive en mi”? De Saulo, pasó a llamarse Pablo: misionero de las naciones. Como Él deseemos, un día, sintetizar nuestra vida diciendo: “He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe…”.
 
Señor: estamos aquí para darte las gracias por estas dos columnas en nuestra vida de fe (Pedro y Pablo). Gracias porque no has querido ocultar sus debilidades, sino que nos las muestras para que confiemos en el poder transformador de tu gracia. Con el salmista decimos: “El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege. Gusten y vean qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a Él”.
 
1. ¿Me dejo transformar por la gracia, a ejemplo de Pedro y Pablo?

2. ¿Qué estoy siendo y haciendo por la Iglesia, en la Iglesia?

3. ¿Cómo nos vamos integrando y enriqueciendo desde nuestras diferencias por la unidad y la comunión eclesial?