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CONOCER LOS SECRETOS DEL REINO EXIGE LA CURA DE UN CORAZÓN EMBOTADO.

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EVANGELIO DE HOY: 21/7/22 (Mt 13,10-17).

Los discípulos preguntan a Jesús el por qué les habla a la gente en parábola. El Señor, para responderles, hace diferencia entre ellos, el grupo de sus íntimos, y las demás personas, las que se han mantenido distantes a su mensaje. Con una relación fría y lejana con Jesús, dejándolo desplazado en la lista de prioridades, no se pueden contemplar los secretos de su Reino, ni el misterio que los envuelve.
 
El Señor habla de la manera más sencilla posible, sin quitar sustancia al mensaje; esto no significa que todos estemos en la disposición interior de comprender lo que se nos dice, de llevarlo a la vida, y de cambiar. Con la razón humana no se comprende por qué las cosas santas impliquen sufrimiento. Tampoco se asimila que quien esté sumergido en el misterio, pueda cargar los dolores con paciencia, porque éstos son leídos con los ojos de la fe, y en la esperanza de Cristo resucitado.
 
A lo largo del pasaje se nos muestran las pautas para superar “un corazón embotado”, expresión retomada del profeta Isaías para denunciar la indiferencia ante la Palabra de Dios. Es el embotamiento del corazón que provoca “mirar sin ver” y “escuchar sin oír”. Sanando el corazón, ven los ojos y oyen los oídos.
 
Sólo el Señor puede poner cura al corazón. La cosa comienza con esta conciencia. Hemos de acercarnos a Él humildemente y expresarle tales deseos sinceros. En su presencia y, poco a poco, se despiertan las pupilas de la fe y los oídos del alma. El Espíritu Santo da la gracia para identificar los secretos del Reino, los valores del cielo… Quien puede verlos, los compra, dejando todo lo que tiene para poder abrazarlos, y hacerlos vida.
 
Cuando el Señor nos mira acogiendo su causa, pariendo frutos, gastando la vida, entonces nos bendice más: “Al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene”. Las gracias y los tesoros del cielo no son para adornos ni exhibición, son mediaciones al servicio del Reino, que es Jesús mismo.
 
Señor, que podamos quitar la atención de nuestros propios gustos y caprichos, porque causan ceguera y sordera. Hacer tu voluntad desembota el corazón. Nos unimos a las voces suplicantes: “Señor, que vea”; “Señor, que oiga”. Queremos caminar contemplando tu presencia en la naturaleza, en la vida sacramental, en la comunidad de hermanos comprometidos… Danos tus secretos; nosotros deseamos ofrecerte nuestros corazones renovados.

 1. Cuando veo y oigo las cosas de Dios ¿las comprendo?
2. ¿Me he sentido alguna vez con el corazón embotado?
3. ¿Qué preferiría: morir con sordera o ceguera espiritual, o disponerse a vivir en conversión permanente, y experimentar así la sanación del Señor?