Sáb. Oct 12th, 2024

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Domingo V Cuaresma. “Jesús se puso a llorar”

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En estos domingos de Cuaresma, los catecúmenos antiguamente y ahora todos nosotros escuchamos las mejores noticias y las más grandes esperanzas. La samaritana, el ciego y Lázaro, representan tres angustiosas heridas. Jesús tiene la medicina, mejor, es la medicina para ésas y para todas nuestras dolencias,

Para la sed y la insatisfacción del hombre se ofrece un agua viva, un surtidor metido en las entrañas. Para la ceguera y la duda está la piscina del Enviado. Y para la peor de las heridas, para la desesperación última, para el sufrimiento absurdo, para la enfermedad deprimente, para la muerte prematura y cruel, para toda muerte, se regala una palabra victoriosa: «Yo soy la resurrección y la vida».

Último domingo de preparación cuaresmal antes de Ramos y Semana Santa. Cinco semanas ya prácticamente transcurridas de este tiempo en el que la comunidad cristiana renueva su fe en el Resucitado. El Viviente es potencial de vida para los que creen en El. Y se trata de ver si esto es así. Por eso es tiempo de conversión… a la Vida. Decir “no” en nuestra larga marcha cotidiana a todo lo que sea negación de vida (muerte). Salir de nuestro letargo, de nuestros “sepulcros”, no temer a enfrentarnos a todo lo que “huele mal”, vencer lo que hoy de muerto en nosotros mismos (pecado).

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Nuestro camino de Cuaresma se acerca a su cumbre: la cumbre que será la gran celebración de la Pascua. Quince días atrás, en el domingo tercero de Cuaresma, el evangelio nos presentaba a Jesucristo como aquel que es la fuente de agua viva que brota en nosotros para darnos vida. El evangelio del domingo pasado nos presentaba a Jesucristo como aquel que es la luz que guía hacia la vida.

 Hoy ya no son símbolos (agua o luz) sino la realidad simbolizada: vida. Y no olvidemos que en la gran celebración de la Vigilia pascual a través de los signos de la luz y del agua, celebraremos la Vida nueva.

“Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá: y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”. Esto es lo que -según el evangelio de Juan que hemos proclamado hoy- dijo Jesús a su buena amiga Marta.

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¿Qué es la vida de la gracia? De forma muy sencilla podemos decir que es ser amigos de Jesús. Los cristianos no seguimos una idea, sino a una persona, Jesucristo, que se hizo hombre para que podamos entablar una amistado con él, como lo hicieron Marta, María y Lázaro. Si somos sus amigos, Jesús llorará nuestra muerte y, como a Lázaro, nos hará resucitar el último día. Esa resurrección no será como la de Lázaro, que simplemente recobró la vida. Resucitaremos como Jesús, la primicia entre los resucitados (1 Cor 15, 20), es decir, resucitaremos con un cuerpo glorioso como el suyo (Col 3, 4).

La Iglesia se conmueve con Cristo ante Lázaro, el hombre pecador, y su oración le desata las ataduras del pecado, y lo devuelve a la vida. Que Cristo se estremezca ante Lázaro, que la Iglesia se estremezca con él, no debemos entenderlo únicamente como expresión de un profundo afecto humano y espiritual. En Cristo, Hombre-Dios, se da un profundo dolor ante lo que el pecado ha hecho del hombre. Recuerda Dios cómo creó a Adán a su imagen, cuerpo y alma, resplandeciente de vida y de belleza. Cristo se encuentra ante el fracaso de la primera creación. Junto con él, la Iglesia ha de conmoverse siempre al ver los efectos de la catástrofe inicial del género humano. Y los ve a cada paso; basta echar una mirada sobre el mundo pagano y sobre sus propios miembros, tocados en su vitalidad por el pecado.

El Señor está siempre dispuesto a quitar la piedra de la tumba de nuestros pecados, que nos separa de él, la luz de los vivientes. A unos días de iniciar la Semana Santa nos invita a acercarnos al sacramento de la Reconciliación, para vivir los días santos como amigos del Crucificado y del Resucitado.

La Samaritana Jesús aparece en una progresiva revelación de su persona y de su misión. Jesús perdona el pecado, da sentido a la existencia, cambia las energías de esta mujer que se convierte en apóstol. El pecado no es la realidad final e inmutable, si Cristo se presenta como Salvador y es acogido por medio de la fe. Jesús cambia, convierte, es fuente de felicidad. Lo fue para la Samaritana. Lo es para todo cristiano.

Mientras se abren progresivamente los ojos del ciego, no sólo a la luz del sol y de la vida sino también a la comprensión de la palabra y de la persona de Jesús, se va agudizando, por rechazo, la ceguera de los enemigos de su predicación, empecinados en no querer ver la luz.

El milagro de la resurrección de Lázaro, el más grande de los signos del poder de Jesús, antes de su propia resurrección, aparece la dimensión total de la salvación. La salvación es vida, vida que vence la muerte. Es resurrección; no sólo la de un muerto que vuelve a la vida efímera y que poco más tarde volverá a morir, como sucederá a Lázaro, sino como acontece con Jesús en su resurrección gloriosa.

Yo soy la resurrección y la vida.