Vie. Jul 26th, 2024

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Sábado Santo

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El sábado santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte, y se abstiene del sacrificio de la misa, permaneciendo por ello desnudo el altar hasta que, después de la solemne vigilia o de la expectación nocturna de la resurrección, pueda alegrarse con gozos pascuales, de cuya abundancia va a vivir durante cincuenta días.

Es un día de serena expectación, de preparación orante para la resurrección. Permanece todavía el dolor, aunque no tenga la misma intensidad del día anterior. Los cristianos de los primeros siglos ayunaban tan estrictamente como el viernes santo, porque éste era el tiempo en que Cristo, el esposo, les había sido quitado (Mt 2,19-21).

Si podemos pasar este día en oración y recogida espera, nuestro tiempo será empleado del modo más idóneo. Esto es lo que nos sugiere la hermosa homilía elegida para el oficio de lecturas de hoy. Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio porque el Rey duerme. La tierra está temerosa y sobrecogida, porque Dios se ha dormido en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo’.

Corona Mistérica. 8) Vida terrestre: Deposición del Señor. Kiko Argüello


El primer sábado santo todo parecía perdido. Los discípulos, pequeño grupo de hombres pusilánimes, habían huido en desbandada, rotas sus esperanzas. Solamente María conservó la fe y quedó esperando la resurrección de su Hijo. Por esto todos los sábados del año la Iglesia conmemora a la Virgen María y tiene una misa votiva y oficio en su honor. Cristo ha muerto, pero su muerte es como un sueño del que despertará en la mañana de pascua.

Los salmos elegidos para la liturgia de las horas rezuman confianza y expectación. Parece como si el mismo Cristo los estuviese recitando. El salmo 4 contiene este versículo: «En paz me acuesto y en seguida me duermo», que se aplica a Cristo en la tumba esperando confiadamente la resurrección. También en el salmo 15 tenemos una maravillosa expresión de esperanza: «No me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha».

En la homilía de la que hemos citado antes algo hay un diálogo entre Cristo y Adán. Cristo entra en la morada de los muertos y despierta a Adán, diciendo: «Levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza. Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mí y yo en ti formamos una sola e indivisible persona».

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Todos participamos del misterio del sábado santo; san Pablo nos lo recuerda: «Fuimos, pues, sepultados juntamente con él por el bautismo en la muerte, para que, como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en nueva vida» (Rom 6,4).

En la Iglesia primitiva, el simbolismo del bautismo como sepultura con Cristo resultaba mucho más claro que en tiempos más recientes. Los catecúmenos adultos descendían realmente a la pila bautismal, que, en su aspecto, no era muy diferente de una tumba. Descendían a las aguas, como signo de muerte y sepultura, y salían significando la resurrección.

Todos participamos del misterio del sábado santo; san Pablo nos lo recuerda: «Fuimos, pues, sepultados juntamente con él por el bautismo en la muerte, para que, como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en nueva vida» (Rom 6,4). En la Iglesia primitiva, el simbolismo del bautismo como sepultura con Cristo resultaba mucho más claro que en tiempos más recientes. Los catecúmenos adultos descendían realmente a la pila bautismal, que, en su aspecto, no era muy diferente de una tumba. Descendían a las aguas, como signo de muerte y sepultura, y salían significando la resurrección.

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