Fiesta del Bautismo del Señor.
5 min readEste domingo está plenamente en la órbita de las celebraciones de Navidad-Epifania. Lo que ante todo debe aún subrayarse es la manifestación de Jesucristo.
La predicación hoy, complemento del ciclo navideño y pocos días después de la Epifanía, debería ser una seria presentación del hecho de que la misión de Jesucristo y nuestro seguirle, no son sólo «cosas de niños» sino una tarea plenamente adultas, plenamente conscientes y responsables.
Los tres ciclos dominicales repiten hoy las dos primeras lecturas y varían el evangelio. Las dos primeras lecturas indican que no se trata fundamentalmente de celebrar el bautismo de Jesucristo. sino de la manifestación de Dios que autentica la persona y la misión de Jesucristo.
La escena del bautismo nos es presentada por Lc con evidente intención del paralelismo con la que él mismo describirá como acontecimiento inicial de la Iglesia (Pentecostés). De ahí que Lucas atribuya a Juan la profecía de que «el os bautizará con Espíritu Santo y fuego». Se trata, por tanto, de subrayar el inicio de la misión profética de Jesucristo, que después continuará en la Iglesia de sus discípulos.
Es preciso tener también en cuenta la importancia que la primera comunidad cristiana daba a este hecho del bautismo de Jesucristo como inicio de la realización eficaz de su misión.
Es éste un domingo de transición: el Bautismo del Señor cierra el ciclo de Navidad e inaugura a la vez la primera semana del tiempo ordinario. Con la escena del bautismo culmina la manifestación de Jesús como Hijo de Dios que hemos celebrado a lo largo de toda la Navidad, pero a la vez se nos presenta a un Jesús ya adulto, dispuesto a iniciar su ministerio público.
El bautismo de Jesús es una escena epifánica, que certifica una vez más la divinidad de Jesús. En este sentido el bautismo culmina el ciclo navideño: si la Navidad es la manifestación de Cristo en el ámbito humilde de Belén, y la Epifanía es la manifestación universal, a todos los pueblos, el Bautismo es la manifestación absoluta, en plenitud, de la divinidad de Cristo.
De hecho, podríamos afirmar que, propiamente, el Bautismo es un eco o continuación de la fiesta de Epifanía, ya que completa su sentido con otra escena de tipo epifánico o teofánico.
El núcleo de la liturgia de hoy es el texto del evangelio que nos muestra a Jesús en el momento de ser bautizado por Juan en el Jordán, y es ungido por el Espíritu Santo y proclamado Hijo de Dios por la voz del Padre desde el cielo. Sin duda, esta escena está muy elaborada, presenta un gran contenido teológico, y concretamente trinitario: el Padre revela que Jesús es su Hijo y lo unge con el don del Espíritu.
El Bautismo es el fundamento de la llamada a la santidad, el fundamento del deber y derecho a vivir el culto «en espíritu y en verdad». Es el primera peldaño del proceso de iniciación cristiana, que debe crecer con el don efusivo del Espíritu (Confirmación) y el sentarse por primera vez a la mesa del Señor (Eucaristía).
La Epifanía, celebrada sobre todo en el bautismo del Señor, anticipa la Pascua. Conviene remarcar esta visión sobre todo porque ahora, según la nueva ordenación del año litúrgico, celebramos el bautismo de Cristo el domingo que cierra el ciclo de Navidad. Conviene recordar asimismo que nuestra Pascua empezó el día de nuestro bautismo, porque éste es sepultura y resurrección con Cristo.
El cielo se rasgó con el Bautismo de Jesús, porque al sumergirse en las aguas, anticipó su muerte redentora con la que llevaría a plenitud el Bautismo, que nos permite entrar en el Cielo. Se rasgó y Jesús lo dejó abierto para nosotros.
Juan predicaba la conversión y bautizaba en el Jordán. Su bautismo era muy distinto al sacramento instituido por Jesucristo, como reconoce el mismo Juan: “yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo”.
El bautismo de Juan implicaba una confesión de los pecados, tras lo cual el bautizado se sumergía en el agua como señal de que moría el hombre pecador, y al salir del agua surgía un hombre convertido. Era un baño simbólico de los pecados.
Él es el Justo, es a él a quien debemos convertirnos. Es por eso que Juan no entiende por qué debede bautizar a Jesús. Sin embargo, como señal de su misión que se le consumaría en la Cruz, quiso cargar los pecados de todos los hombres para que en él renaciéramos como hombres purificados.
Los ríos son fuente de vida. Puede sembrarse y cosecharse en las tierras cercanas, porque la flora bebe de las aguas que corren en ellos. En el Jordán no fue el agua quien dio la vida y santificó a Jesús, sino que Jesús le dio vida y santificó el agua. No solo la del Jordán, sino la de todos los baptisterios del mundo.
Si el bautismo de Juan simbolizaba el perdón de los pecados, con el sacramento del Bautismo instituido por Jesús, realmente se perdonan los pecados. Así, con su Bautismo, Jesús puso término al bautismo de agua e inauguró el del Espíritu.
Jesús se sumergió en el agua anticipando que se sumergiría en la muerte. Después de estar en ese sepulcro de agua, salió simbolizando su resurrección. Así nosotros, al ser bautizados nos unimos a la muerte y resurrección de Cristo.
Además de descender el Espíritu en forma de paloma, se escuchó la voz de Dios Padre. La voz que se deja oír sobre las aguas torrenciales, la voz poderosa e imponente, de la que hablaba el salmo. Y esa voz dijo lo que ya había anticipado Isaías, como leímos en la primera lectura, que era en quien se complacía. Pero antes dijo que era su Hijo amado. Es otra Epifanía, que se suma a su Nacimiento y a la adoración de los Magos.
Si en nuestro bautismo fuimos incorporados a Cristo, también a nosotros nos dijo el Padre: tu eres mi hijo. Verdaderamente somos hijos de Dios desde nuestro bautismo. Este es un motivo de mucha alegría y orgullo. Dios es nuestro Padre y nunca nos abandonará. Siempre estará para ayudarnos, sostenernos, y consolarnos.
El Bautismo nos ha hecho nacer en la vida trinitaria. Somos hijos de Di0os en el Hijo por medio del Espíritu Santo. Al recordarlo, podemos hacer el propósito de asemejar nuestra existencia más y más a la de Cristo. A vivir por Cristo, con Cristo y en Cristo y, como se dice en la Plegaria Eucarística, nuestra vida se dirige a Dios Padre omnipotente por medio del Espíritu Santo, para darle todo el honor y toda la gloria por siempre.