Sáb. Abr 27th, 2024

ApmPrensa

Agencia de Prensa APM

Domingo de la Santísima Trinidad

5 min read

El domingo después de pentecostés se dedica a la Santísima Trinidad. Es el lugar más apropiado del año litúrgico para esta celebración. El Papa San León, en sus sermones de pentecostés, gustaba detenerse a considerar la Trinidad. Y es lógico, puesto que por el Espíritu Santo llegamos a creer y a reconocer la trinidad de personas en el único Dios.

Comenzó a celebrarse esta fiesta hacia el año 1000, tal vez un poco antes. Parece ser que fueron los monjes los que asignaron el domingo después de pentecostés para su celebración. Anteriormente existía misa votiva y oficio en honor de la Trinidad, pero no día de su fiesta como tal. Las Iglesias Diocesanas comenzaron a seguir el ejemplo de los benedictinos y los cistercienses, y, en los dos siglos siguientes, la celebración se extendió por toda Europa. Roma, siempre tan conservadora en cuestión de liturgia, tardó en admitir la nueva fiesta. Por fin, en 1334, el papa Juan XXII la introdujo como fiesta de la Iglesia universal.

El domingo de la Santísima Trinidad es de institución relativamente tardía, pero fue precedido por siglos de devoción al misterio que celebra. Tal devoción arranca del mismo Nuevo Testamento; pero lo que le dio especial impulso fue la lucha de la Iglesia contra las herejías de los siglos IV y V.

El arrianismo negaba la divinidad de Cristo. En 325, el Concilio de Nicea afirmó que Cristo es coeterno y consustancial con el Padre, y así condenó el arrianismo. Esto fue reafirmado en el Concilio de Constantinopla, en 381, que declaró además que el Espíritu Santo es distinto del Padre y del Hijo, pero consustancial, igual y coeterno con ellos.

El objeto de la fiesta no es una realidad abstracta. Lo que adoramos es el Dios vivo, el Dios en que vivimos, nos movemos y existimos. Por el bautismo participamos en la vida de Dios; entramos en relación personal con el Dios uno y trino. La gracia bautismal nos incorpora a Cristo, nos llena con su Espíritu, nos hace hijos de Dios.

En una meditación sobre la Trinidad, Santo Tomás de Aquino afirma que por la gracia no sólo el Hijo, sino también el Padre y el Espíritu Santo vienen a morar en la mente y el corazón. La Santísima Trinidad es ciertamente un misterio, pero un misterio en el cual nosotros estamos inmersos. Es un océano que no podemos esperar abarcar en esta vida.

santisima_trinidad_de_andrey_rublev.jpg

Representa la escena descrita en Gén 18,1-18 en la que Yahvé se aparece a Abrahán bajo la forma de tres ángeles. Es éste un hermoso retrato místico de la Trinidad, en el que la distinción de las personas y sus relaciones mutuas se transmiten utilizando gran delicadeza de colores y formas.

El padre Cipriano Vagaggini, en su gran obra Las dimensiones teológicas de la liturgia, sostiene esta última aproximación, que, según él, es más escriturística y tradicional. Se comienza, dice, por la trinidad de personas. Así se encuentra básicamente en la liturgia, como se desprende de la Escritura y de los más antiguos padres de la Iglesia.

Consideremos ante todo la Liturgia de las horas. El texto escriturístico del oficio de lecturas es de la primera carta de san Pablo a los Corintios (2,1-16). Bien elegido para introducirnos en el meollo de esta celebración, san Pablo habla de «una sabiduría divina, misteriosa, escondida», que se le ha encomendado impartir. Nos insinúa cosas que Dios nos ha revelado a través del Espíritu, «pues el Espíritu lo escudriña todo, aun las profundidades divinas».

La naturaleza divina es como un mar profundo, insondable para la mente humana. Pero el Espíritu Santo, que está en nosotros, es como un buceador que penetra las profundidades y nos revela sus misterios. Por la luz del Espíritu Santo y por la revelación de Jesús se nos da un indicio del misterio, porque, como dice el Apóstol concluyendo este pasaje, «nosotros tenemos la mente de Cristo».

La vida de la comunidad cristiana debería ser un reflejo de la comunidad de vida de la Santísima Trinidad. En la segunda lectura del ciclo A, san Pablo exhorta a los corintios: «Tened un mismo sentir y vivid en paz, y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros». Se da testimonio de Dios y se lo reconoce en las comunidades donde hay unidad de mente y corazón y se practica la tolerancia. San Pablo cierra su exhortación con una bendición hermosa: «La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros».

Es un Dios que desea compartir su vida; es pura bondad, y la propiedad de la bondad es comunicarse. El creó el universo e hizo al hombre a su imagen y semejanza. Entró en diálogo con sus criaturas, eligió a Israel y estableció con él una alianza. Por eso Moisés pregunta en la lectura del Deuteronomio (ciclo B): «¿Hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo…? ¿Algún dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras?»

En la lectura del libro de los Proverbios (ciclo C), la sabiduría personificada grita: «Yo estaba junto a él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en ‘su presencia: jugaba con la bola de la tierra, gozaba con los hijos de los hombres». Dios está tan cerca de nosotros, por su Espíritu, que bien podemos gritar: «Abba, Padre» (lectura segunda, ciclo B); su amor ha sido derramado en nuestros corazones por ese mismo Espíritu (lectura de la carta a los Romanos, ciclo C).