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¿Sacerdotes con falda?

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El cura no llegó. Lo esperábamos más de una veintena de feligreses que madrugamos para estar allí. Reinaba el silencio, como si ya hubiese iniciado la Eucaristía. Solo se escuchaba la voz de una servidora, que se replegó a un lado para hablar por teléfono con el sacerdote pendiente de llegar.

La anónima
Así que todos nos enteramos, a través del auricular, cuando el religioso le dijo que no estaría a tiempo. En el banco donde yo estaba sentada, pero en el otro extremo, como lo indican las medidas de distanciamiento social, había una mujer de apariencia común, vestida sin ninguna pretensión, el pelo recogido modestamente y ni gota de maquillaje. Hacia ella se dirigió la servidora, que habló con el padre, para informarle lo que ya todos sabíamos, que no había misa, porque no había cura.

No lo extrañamos
Pero, con todo respeto, no extrañamos al sacerdote. Mi vecina de asiento, se puso de pie, tomó el micrófono, e informó que tendríamos celebración de La Palabra. Inició con el acto penitencial, para pedir a Dios perdón por los pecados; leyó las lecturas, y luego, las comentó desde la primera hasta el Evangelio. Con contundencia y claridad, habló de las esclavitudes que oscurecen nuestras vidas, señaladas por Pablo, el Apóstol, quien recuerda a los Tesalonicenses cómo debe ser el comportamiento de un cristiano, tan intachable que no debe utilizar ni palabras de doble sentido.

Hasta canta
Nadie se movió de su lugar. Unos asentían mientras esta señora hablaba con la autoridad, y el discernimiento espiritual, que Dios nos regala, porque Él es la estrella. Y cuando esta mujer dijo que esa mañana había llegado allí dispuesta a no abrir la boca, pero que los planes de Dios eran otros, admiré su seguridad, determinación y disponibilidad. No vaciló en asumir ese desafío. Y su entrega al servicio llegó a tal grado que cuando las voces de los coros se escuchaban débiles, tímidas, ella se hizo cargo, y la suya, poderosa y segura, como su prédica, se dejó oír sobre las demás.

Como al principio
No hablo de esto porque el rol protagónico femenino en la iglesia sea una novedad. Entre los primeros discípulos de Jesús hubo mujeres, como María Magdalena, a la que el Señor le otorgó el privilegio de anunciar al mundo su resurrección. De hecho, críticos de la Iglesia Cristiana Antigua, le reprochaban que la “gobernaban” mujeres. Eso cambió. Pero, hoy día, siento que volvemos un poco a los inicios, Dios ha dejado sobre los hombros de muchas cristianas la responsabilidad de evangelizar. Todavía no hay con sotana, pero cuando ves una servidora, como la que escuché esa mañana, me pregunto si algún día tendremos sacerdotes con falda.