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I Domingo de Cuaresma. Ciclo B. “El Espíritu impulsó a Jesús a retirarse al desierto”

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Comienza un tiempo fuerte en la vida de la comunidad cristiana. La cuaresma, al comienzo de esta Cuaresma Dios quiere renovar con nosotros su Alianza.

Como lo hizo con la familia de Noé: después del diluvio, como hemos escuchado en la primera lectura, Dios le dijo: “Yo hago un pacto con vosotros”. Esta Alianza era renovación de la primitiva que ya había hecho Dios con Adán.

La Iglesia ahora nos invita a ti y a mí a retirarnos al desierto. En eso consiste la Cuaresma. En estar en el desierto como Jesús y con Jesús. Ahí es más fácil encontrarlo, porque está solo.

Antes de esa alianza, Dios hizo otras. Una de ellas es la que escuchamos en la primera lectura. Después de purificar la tierra por medio del agua, puso el arcoíris en el cielo como signo de su alianza.

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El arcoíris se observa porque la luz pasa a través del agua. Dios es la Luz. En la Vigilia Pascual queda esto muy claro al encender el cirio como signo de la resurrección, y al decir “Luz de Cristo” al mostrar el cirio. El cirio pascual encendido se sumerge al agua para bendecir la fuente bautismal en la vigilia. Es la Luz de Cristo pasando por el agua, como en el arcoíris.

En una Plegaria Eucarística le decimos agradecidos: “Cuando el hombre, por desobediencia, perdió tu amistad, tú no le abandonaste al poder de la muerte, sino que, compadecido, tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te busca, y reiteraste tu alianza a los hombres.”

El día de nuestro Bautismo entramos cada uno de nosotros en el ámbito de esta Alianza. Como nos ha dicho san Pedro, el diluvio fue como símbolo del bautismo: por medio del signo del agua Dios nos salvó y nos introdujo en la nueva humanidad.

En este tiempo Dios nos quiere curar de nuestros males, nos quiere comunicar la energía y la vida nueva de Cristo Jesús. Quiere renovar su Alianza con nosotros. Nos tiende una vez más su mano. Y una Alianza renovada es una Alianza purificada y reorientada claramente hacia Dios.

Antes de esa alianza, Dios hizo otras. Una de ellas es la que escuchamos en la primera lectura. Después de purificar la tierra por medio del agua, puso el arcoíris en el cielo como signo de su alianza.

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La alianza hecha en tiempos de Noé no era más que una figura del bautismo, como explicó san Pedro en la segunda lectura. El agua del diluvio purificó mediante la muerte. En cambio, el agua del bautismo nos salva, nos purifica dándonos la vida de la gracia.

La Cuaresma que iniciamos es la gran invitación a dejarnos conducir al desierto, seducidos por Dios, para que nos pueda hablar amorosamente.

Caminamos hacia la Pascua, para renovar nuestra fe, para renovarnos a nosotros mismos y llevar nueva vida allí donde cada uno actúa y vive.

En un origen, la Cuaresma era el tiempo en el cuál los que querían bautizarse, los catecúmenos, se preparaban intensamente para ser inmersos en el agua y volverse cristianos. Era un camino de conversión y de renovación interior.

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“Marcos cuenta de forma muy expeditiva la tentación presentándonos cuatro personajes (el Espíritu, Jesús, Satanás, los ángeles) y tres acciones: el Espíritu empuja a Jesús al desierto, Satanás lo tienta, los ángeles le sirven en medio de los animales salvajes que han vuelto a amansarse.

Durante cuarenta días, Jesús es sometido a prueba, es tentado. Marcos presenta a Jesús como el nuevo Adán. Este es sometido a la prueba, como el primero. Pero mientras el primer Adán había dudado de la promesa divina, como refiere el Génesis, Jesús, sale vencedor.

El primero había sucumbido, pero Jesús se mantiene obstinadamente confiado y sumiso. Con ello demuestra ajustarse realmente y de modo perfecto al título proclamado en su bautismo: Hijo de Dios. Imagen de Dios, como Adán, Jesús conserva o más bien restaura, esta imagen que el primer Adán había echado a perder con su culpa.

Las consecuencias de la primera culpa habían rebasado a su autor; el éxito obtenido por Jesús rebasa asimismo su persona.

En él se restablece la imagen humana de Dios, antaño desfigurada, de modo que la creación entera se pone a respetar este reflejo divino, que en el hombre-Jesús brilla con un nuevo esplendor. Los ángeles sirven una comida al nuevo Adán, y los animales salvajes forman su corte.

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El texto evangélico de hoy nos presenta una serie de claves para iniciar nuestro camino cuaresmal, siempre a partir de la experiencia y misión de Jesús. El breve texto de Marcos tiene dos partes: la tentación y la proclamación del Evangelio de Dios. A diferencia de Mateo y Lucas, la presentación de la escena de las tentaciones en Marcos es muy esquemática y sin detalles.

Hay unas Claves para entrar en esta Cuaresma que esta presente en el Evangelio:  El Espiritu, El Desierto, La Tentacioón y El Reino.

El Espiritu, La iniciativa del Espíritu en la escena de la tentación nos indica que lo que va a vivir Jesús no es lo que ocurre a los hombres que todavía no se han decidido entre el bien y el mal, sino a los hombres “espirituales”.

Muchas veces creemos que la tentación consiste en elegir entre el bien y el mal. Mucho más sutil y difícil de captar es la tentación propia de los que son guiados por el Espíritu. La escena de hoy afirma rotundamente que éstos tienen su prueba específica.

El Desierto, cuarenta años según la tradición bíblica debió caminar el pueblo elegido por el desierto antes de entrar en la tierra prometida. Cuarenta días queda Jesús en el desierto que puede simbolizar todo un camino hasta la Pascua. El desierto más allá de una localización geográfica o temporal, es un lugar teológico en que uno se ve forzado a enfrentarse con su propia verdad en total desnudez.

El desierto puede ser un lugar apartado y solitario (una casa de ejercicios), un tiempo reservado (día de retiro); o puede ser la vida ajetreada de la ciudad donde la persona se pierde en la muchedumbre. En un retiro o en las calles bulliciosas, uno puede intentar escapar de la propia verdad, cubierta con mil urgencias personales o apostólicas. Pero quien es empujado por el Espíritu, tarde o temprano, se verá en el desierto. Sólo ante sus profundidades. Escapar del desierto es un símbolo de indocilidad al Espíritu.

Las Tentaciones, La tentación de Jesús, como la de los hombres movidos por el Espíritu, no es ya la de elegir el bien, el decidirse por el servicio de Dios y de los hombres.

La gran tentación del cristiano y de la Iglesia es no discernir los medios, dando por supuesto que somos movidos por el Espíritu en una mística de servicio. El Reino,  es buena Noticia que todo hombre espera caminar sobre la muerte, tener la vida.

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En cuanto a Mc, sostengo que el dejar la tentación en la indeterminación es intencional. En realidad, a lo largo de todo el evangelio Cristo sufre la tentación. Durante todo el desarrollo de su misión, Cristo tiene que afrontar a quien intenta disuadirlo, “separarlo” del camino emprendido: el del servicio, de la debilidad, de la obscuridad, de la derrota, del sufrimiento. Siempre habrá alguien que le “sugerirá” otro camino, le invitará a dejarse servir, a comportarse como amo y no como siervo, le propondrá ser Mesías “de otra manera”, le solicitará para que sea Dios acomodándose a los deseos de los hombres.

Y es significativo que Mc, a diferencia de Mt (4-10) ponga el “¡apártate, Satanás!” no en este momento, en el desierto sino mucho más tarde (8,33). Y el mandato irá dirigido a un apóstol, es más, al primero de los apóstoles.

Durante toda su vida, Cristo resistirá a las instigaciones del adversario, de “aquel que divide”, permaneciendo obediente al Padre, y a su voluntad. “No sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú”. (Mc 14,36).

“…El Espíritu lo impulsa…”. Me agrada esta acción del Espíritu, inmediatamente después del bautismo. Cristo es echado fuera, empujado hacia el desierto para librar un combate.

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“Echa fuera” de la tibieza de una piedad confortable, de esquemas garantizados que excluyen cualquier tipo de aventura, de estructuras en las que el funcionamiento ocupa el puesto de la vida, para precipitarse en el desierto donde se vive el riesgo de la fe y donde se siente uno abofeteado, por los rigores de la vida real.

El mismo Espíritu nos hace hijos de Dios, y hermanos de todos los hombres. Nos une hacia arriba y hacia abajo. El desierto -lugar de la prueba, de la lucha, no de la evasión- se convierte así en el punto de soldadura entre las dos dimensiones, la divina y la humana.

La vida en el Espíritu no produce “almas bellas”, sino cristianos que aprenden el oficio de hombres en medio de los otros hombres.La vida en el Espíritu no es parada, no es nido, sino camino, itinerario que ha de inventarse día a día. Un cristiano que se coloca “al resguardo”, no es alguien que se pone al seguro. Es alguien que se ha escapado a la fuerza del Espíritu, que se ha sustraído a su “soplo”.

En esta Cuaresma procura hacer diario un rato de oración. Jesús nos llama a la conversión, como escuchamos en el Evangelio. Lee despacio la Escritura y pregúntale a Jesús: en qué quieres que me convierta, qué quieres que cambie de mi vida para identificarme más contigo, para ser más cristiano. Con el salmo que escuchamos, dile: descúbreme, Señor, tus caminos, guíame con la verdad de tu doctrina. Y pídele su ayuda para que puedas llevar a tu vida lo que él te sugiere.

La Cuaresma tiene el carácter de itinerario bautismal. Uno de los efectos del bautismo es el perdón de los pecados. Como después del bautismo podemos cometer nuevos pecados, Jesús nos dejó el sacramento de la penitencia para poder perdonarlos. En este camino bautismal, acude a la confesión para pedirle perdón a Dios por tus pecados. Aquéllos que descubriste en la oración, y por los que le pediste perdón a Dios, te quedarán perdonados por su infinita misericordia.