El alergista bueno
2 min readDesde niña, sufro de alergia al sol, con el paso de los años, otros elementos me provocan reacciones que alcanzaron las vías respiratorias. Así que, durante un tiempo largo, anduve a la caza de un alergista, pero, hasta ahora, no había tenido suerte. Les cuento el periplo, yendo hacia atrás, en el tiempo.
Traumada
La primera doctora que visité me sometió a una evaluación concienzuda, pero, aunque le advertí que sufro de vértigos, indicó un estudio que requería moverme con un aparato que se desplaza. La experiencia resultó traumática, salí de allí mareada y con una jaqueca terrible. Así que, por su poca atención a la condición previa que le había explicado y como, además, esta persona cobra tarifas muy altas, la desestimé.
A mano desarmada
El segundo alergista debe usar pistola y antifaz. Llega al consultorio a las 3 y se va a las 4 de la tarde, así tenga uno o veinte pacientes. ¿Cómo lo hace? En cuanto te sientas ante a él, pregunta qué te pasa. Ingenuamente, le explicas y, sin moverse de su silla ni ponerte un dedo encima, toma un papel, garabatea, y te refiere a otro especialista. Como tengo unos ojos que explican, con lujo de detalle, lo que pienso, este doctor notó mi indignación, y se tomó diez segundos más del tiempo que dedica a sus incautos pacientes para explicarme que, aunque un enfermo llegue hinchado, como un monstruo, él no puede asegurar que sufre una alergia, por eso, lo remite a un dermatólogo. En mi caso, fue al neumólogo, como el que me había mandado a ver un alergista, pero ni me molesté en darle el dato.
Pendiente de la caja
El tercer alergista tiene en común con el anterior que ambos son empleados de centros privados. Lo escuché hablar con otro médico, preocupado, por la cantidad de pacientes que verían. Tampoco se levantó de su silla, hizo preguntas y pasó a indicar estudios, recalcando que indagara, en la caja, el costo. Seguí mi camino.
Al fin
El cuarto alergista me lo recomendó mi adorada hematóloga Doralisa Ramírez. Trabaja de manera particular. Este médico escucha con atención, toma notas y, luego, realiza un examen físico y una prueba en piel. Luego, explica su impresión del caso, indica medicamentos, y, por supuesto, una serie de estudios. Además, ofrece instrucciones sobre cambios en la habitación, el jabón de baño, etc. Al fin, me dije, de allí salí muy contenta porque, por primera vez, me sentí realmente atendida. Y eso que faltaba lo mejor. Cuando me marchaba, este doctor dijo algo que casi hace que me devuelva a abrazarlo. “Dios te bendiga”, dijo el alergista bueno. “Amén”, respondí mientras pensaba que encontrarlo fue ya una bendición.