“¡SEÑOR MIO Y DIOS MIO!” (Jn 20, 28)
2 min readEsta es la exclamación de Tomás, uno de los 12 Apóstoles, que no estaba la primera vez que Jesús se les presentó después de su Resurrección, y les había dicho que “si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”. Así exclama Tomás ante las huellas de los clavos y de la lanza en el costado, que el acaba de palpar. Es entonces cuando Jesús le dice: “Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído”.
Tomás solo entonces reconoce que el mismo crucificado es el Resucitado. “Que la resurrección no ha borrado las heridas sino que nos ofrece otros ojos para mirarlas”. (Rayo de Luz)
Nosotros nos podemos reconocer en Tomás. Viendo solo creemos. No sabemos ver con los ojos de Cristo. ¡Hombres de poca fe!
¡Cuántas veces necesitamos ver signos para creer!
¡Cuántas veces le estamos reprochando al Señor cuando no nos responde rápidamente a nuestras peticiones!
¡Cuántas veces nos creemos superiores ante los demás porque tenemos un poco de fe! Y
¡Cuántas veces impedimos a los demás ver al resucitado por nuestras actitudes ante la vida!
Asumiendo el Misterio Pascual en nuestra cotidianidad, es la única manera que tenemos para poder llegar a ser como Jesús.
Debemos comprender que la resurrección nos viene solamente después de la muerte. No podemos resucitar sin morir a nuestro egoísmo, a nuestro desinterés, a nuestra prepotencia, a nuestra falta de solidaridad.
Nuestras heridas y sufrimientos, nuestras enfermedades, nuestros dolores, abusos, son solamente realidades tangibles de nuestro diario vivir, y si son asumidas por mí, con confianza y fe en el Señor, y con sentido evangélico, podremos convertir nuestros dolores en alegría para la gloria de Dios. Amén!