Vie. Jul 26th, 2024

ApmPrensa

Agencia de Prensa APM

LA DIGNIDAD DE LA PALABRA DE JESÚS

3 min read

EVANGELIO DE HOY: 13/9/21 (Lc 7,1-10).

El evangelio de hoy nos cuenta el episodio de un centurión romano que apela a Jesús por la sanación de uno de sus criados. Este alto funcionario es de las pocas personas que despiertan la admiración de Jesús por la hondura de su fe. Esta vez, ya que el pasaje tiene diversas enseñanzas, nos detendremos en uno de sus detalles: todo el relato, desde la gravedad del criado hasta la sanación del mismo, ocurre sin que el centurión haya tenido un encuentro físico con Jesús. El encuentro que han tenido, ha sido mediante la Palabra; en este sentido, la destacaremos:

AL OÍR HABLAR DE JESÚS

La fe del centurión entró por el oído. Un oído bien afinado, pues pudo discernir mediante lo escuchado sobre Jesús la autoridad divina que lo distinguía. Uno se pone a pensar en la fuerza y la pasión de las personas que le hablaron. Le encendieron la chispa de la fe y luego, él mismo, la fue alimentando hasta convertirla, sin saberlo, en una fe modelo. Una fe que puso la gente en movimiento, incluyendo al mismo Jesús. El centurión ejecuta dos envíos hasta Él: “envía ancianos judíos” y “envía a sus amigos”; todos usando el canal de la palabra para abogar por el enfermo. Con todo, hay una distinción entre las palabras mediadoras y la Palabra de Vida, que sólo puede dar Jesús.

DILO DE PALABRA

En el recado del centurión a Jesús mediante sus amigos: “No te molestes”, “no soy quién para que entres bajo mi techo”, “tampoco me creí digno de verte personalmente”, “dilo de palabra y mi criado quedará sano”… deja notar que reconoce la fuerza transformadora y sanadora de la Palabra de Jesús: se trata de la Palabra que sale al encuentro, al alcance del otro, en auxilio… Es la Palabra que, para curar y liberar, penetra hasta los rincones más ocultos de la casa, de la vida. El centurión nos está invitando abiertamente a que confiemos en esta Palabra que nos quita la vergüenza y nos dignifica al visitarnos.

Señor: humildemente reconocemos que no siempre hemos usado nuestras palabras para cosas útiles y de provecho. Hoy, tus enseñanzas nos advierten sobre el uso de nuestras palabras: que sean para auxiliar, aliviar, para establecer puentes de unión contigo. Al mismo tiempo, Señor, queremos que aumente nuestra fe en tu Palabra. Disponemos nuestra casa interior para que ella entre y transforme todo lo que sea necesario. Que nos levante de nuestras postraciones y nos prepare para el servicio. Gracias Señor, porque no te detienes en nuestras pequeñeces, sino que siempre nos dignificas al visitarnos y quedarte con nosotros.

  1. ¿Permito que la Palabra entre en mi casa interior? ¿Cuáles efectos provoca su presencia?
  2. ¿Cómo actualizo, en mi vida, las palabras del centurión en cada celebración eucarística?
  3. ¿Mis palabras sobre Jesús despiertan la fe en quien escucha?