Celebrar la conversión
2 min readDespués de treinta y cuatro años en que Dios salió al encuentro de aquel que esperaba por él, puede expresar, desde la abundancia del corazón (Lucas 6, 45), y con los labios profesar (Romanos 10,10-17), que tiene sentido vivir la conversión que dura toda la vida, y que no solo es un sentimiento moral de culpabilidad, sino la metanoia (desandar lo andado) que es primera y fundamentalmente confianza total en Cristo.
Entiende, que la salvación no es una conquista humana, sino un regalo de la gracia divina, y que para salvarse hay que desposeerse de toda seguridad, de toda suficiencia, maravillarse de toda existencia y recibirla con gratitud, gratitud cargada de un misterio y un sentido infinito, porque en verdad, el amor responde al Amor.
Porque la conversión es morir cada día a la individualidad, y nunca reducir el arrepentimiento a la conciencia de una culpabilidad individual porque estaría a un paso de ser vanidad, por esto, habiendo atravesado el diluvio de la gran conversión y presentido las revelaciones de la muerte está lleno de una dolorosa alegría, a la que solo ha podido acceder por la comprensión en Cristo, la penitencia y la oración.
Además, uno no se salva es salvado, el amor a los enemigos es el único criterio infalible del crecimiento espiritual, y lo que se necesita esta época son personas que sean como árboles, cargados de una paz silenciosa, arraigada a la vez en plena tierra y en pleno cielo.