Jue. Mar 28th, 2024

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“Alaba, alma mía, al Señor”

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“Que mantiene su fidelidad perpetuamente, que hace justicia a los oprimidos, que da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos… El Señor abre los ojos al ciego, El Señor endereza a los que ya se doblan, el Señor guarda a los peregrinos. Sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados. El Señor reina eternamente, tu Dios, de edad en edad.” (Salmo 145)

En la Segunda Lectura, según la carta a los Hebreos en el cap. 9: “Cristo ha entrado no en un santuario construido por hombres, sino en el mismo cielo para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros. Tampoco se ofrece a sí mismo muchas veces – como el sumo sacerdote, que entraba en el santuario todos los años y ofrecía sangre ajena; si hubiese sido así, tendría que haber padecido muchas veces, desde el principio del mundo. De hecho, Él se ha manifestado una sola vez, al final de la historia, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo. Por cuanto el destino de los hombres es morir una sola vez. Y después de la muerte, el juicio. De la misma manera, Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos. La segunda vez aparecerá, sin ninguna relación al pecado, a los que lo esperan, para salvarlos.”

Esta afirmación del propio Jesús echa por tierra a los que creen en la reencarnación. Católicos y cristianos no católicos.

Y qué decir del Evangelio de hoy según San Marcos: El Señor nos manda a “tener cuidados de escribas y fariseos, que les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes, y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos. Estos recibirán una sentencia más rigurosa”. Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; ser acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a los discípulos, les dijo: “Les aseguro que esta pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía.”

Muchas veces eso mismo nos pasa a nosotros. Queremos aparentar ante los demás, lo que a veces lo hemos cogido prestado y no es nuestro.

En la liturgia de hoy las mujeres juegan un papel predominante y positivo. Y las presentan como ejemplo de generosidad. La generosidad no tiene medida. Debemos pues hoy en día ser generosos. Nacidos del amor y del corazón. No podemos poner límites al Espíritu de Dios. Y preguntarnos: ¿Qué estoy dando hoy a los demás? La generosidad es una gracia de Dios. Pidámosla con sencillez de corazón, pero también con insistencia. ¡Amén!