FIRMEZA (EN EL SEÑOR) Y HUMILDAD (EN EL SERVICIO): VIRTUDES PARA EL CAMINO.
3 min readEVANGELIO DE HOY: 16/12/21 (Lc 7,24-30).
El evangelio de hoy es continuidad del pasaje de ayer. Cuando los mensajeros de Juan se marcharon, Jesús comenzó a hablar de él a la gente. Llama la atención este detalle de Jesús, hablar bien del amigo en sus espaldas, cuando quienes pueden informarle a Juan se han ido. En todo caso, nos centraremos sobre las virtudes que Jesús destaca en el Bautista, y meditaremos de cómo éstas nos preparan a nosotros para vivir a plenitud la Navidad. Juan Bautista:
NO FUE CAÑA SACUDIDA POR EL VIENTO
Cuando Jesús dijo: “¿Qué salieron a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento”, dejó evidente la numerosa gente que seguía la predicación de Juan. Él fue la voz que gritaba en el “desierto”; no profetizó desde el palacio, sino desde la aridez, la precariedad. Su voz tornó el desierto solitario en población. La potencia de su mensaje no dependía de condiciones humanas. Fue fuerza del Espíritu. La firmeza distinguió su ministerio. No fue “caña” movida según el rumbo del viento. No se quejó si estuvo libre o si estuvo preso. Fue voz en todos los escenarios. Hombre de una sola pieza. Privilegiado en toda la tradición profética por ser el último de todos. Pero esta distinción no le distrajo ni le deleitó la misión que le fuera confiada. Juan no tembló ni tuvo miedo. Nada ni nadie le intimidó. Fue confiado, persistente, estaca humana hecha confianza plena. Ese fue Juan, “el más grande entre los nacidos de mujer”.
NO FUE HOMBRE QUE VISTIERA CON LUJO
La virtud de la firmeza, en Juan, estuvo acompañada por la virtud de la humildad: “El más pequeño en el Reino es más grande que él”. En Marcos 4,1-8 se dice que vestía con un manto de pelos de camello, con un cinturón de cuero en la cintura; su alimento era a base de saltamontes y miel silvestre. Esta imagen, nuevamente, se contrapone los banquetes de los palacios. Él fue el rostro de la austeridad y de la pobreza. Su riqueza fue su fidelidad, su unión con Dios. No se le fueron los ojos ni siquiera porque altos políticos sintieron admiración por él. Nada le importaba más que Dios. Hombre de silencio profundo. Sin distracciones. Lo más interesante de todo esto es, tanto carisma en tan profunda humildad. Ahí está la clave. Su dimensión carismática y su desapropiación, lo elevaron a los niveles más destacados de santidad en la historia salvífica.
Señor: en este tiempo de adviento Juan nos enseña la manera de prepararte el camino, con firmeza y humildad. Que nosotros también sepamos para donde vamos, y que todas las amenazas distractoras se paren para darnos paso. No queremos ser “cañas” movidas por el viento o juguetes que bailen según la música. Optamos por tener dignidad al vestir, porque se acerca tu fiesta. Pero líbranos del lujo y del deseo de acaparar la atención. Deseamos sí, profundamente, revestirnos de la santidad que engalanaron a tus profetas y profetisas. Danos la gracia de tener ojos contemplativos. Señor, a pesar de nuestra pequeñez que no frustremos tu designio en nuestras vidas.
- ¿Qué salimos a ver a las calles en este tiempo de adviento?
- ¿En qué se está convirtiendo mi voz, qué mensaje lleva?
- ¿Cuáles cosas en mí están sobrando para alcanzar las virtudes de la firmeza y la humildad?