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DOMINGO DE LA PALABRA: … UN DESPERTAR LA CONCIENCIA

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LECTURAS DE HOY: (23/1/22).
Ne 8,2-4ª. 5-6.8-10; Sal 108; 1Cor 12,12-30; Lc 1,-4; 4,14-21.

La Palabra de Dios en la Iglesia no es opción devocional, es columna de fe. Desde la primera lectura de hoy se nos vienen orientando las pautas para entrar en intimidad con ella. La Palabra está entronizada en medio de la asamblea formada por todos los que tenían uso de razón. Aquí el texto de Nehemías sólo realza esta distinción de los presentes: “tenían uso de razón”. Quiere decirnos que la Palabra se da enteramente a todos por igual. Y de todos los que tienen esta facultad se espera que: “escuchen la Palabra” con reverencia, atención y obediencia.

Llama la atención que Esdras es quien la proclama desde el púlpito. No es broma este ejercicio santo de proclamar la Palabra en la asamblea. Exige de la persona recogimiento interior, preparación previa, disposición y agradecimiento infinito al Dios de la vida por dignarla a prestar su voz para que su Palabra pueda llegar a los oídos del corazón de quienes escuchan. La asamblea del pasaje está madura en la fe; se coloca en pie, se inclina y llora con el mensaje y las explicaciones recibidas. Ella está viviendo lo que se proclama. Se ha dejado herir el interior. La Palabra la ha provocado, curcuteado, y se esperan frutos de conversión.

La Palabra, como una sola Voz, llega a la asamblea como un solo Cuerpo. El misterio supera el intelecto humano. Fecunda a cada uno en la circunstancia de vida donde se encuentra. La Palabra es como rayos divinos que sanan, curan, orientan, vocacionan y buscan gobernar la vida. Ella está viva, aleteando con la fuerza del Espíritu. Corrige, anima, convierte. Leer la Palabra es diferente a leer un libro de ciencia, un letrero de ruta, un aviso comercial. La Palabra tiene poder para hacer nuevas todas las cosas. Sólo es necesario: humildad para dejarse conducir.

La Palabra de Dios nace por el inmenso amor que nos tiene. Ella es brújula de santidad. Tiene fuerza de transformar lo que comunica en vida. Por eso, en el Evangelio dice Jesús: “Hoy se cumple esta Escritura que acaban de oír”. A ejemplo de Jesús, estamos llamados a desenrollar el Libro. La Biblia necesita ser desempolvada, manoseada, buceada. El Magisterio de la Iglesia es para nosotros el farol que ilumina la carretera para no extraviarnos en el sendero. Todos tenemos acceso a la Biblia, y todos estamos llamados a sentarnos en su fuente para beber agua de plenitud eterna.

La persona que lee la Biblia siempre crece en gracia y discernimiento. No anda a oscura ni confusa. La Iglesia dispone cada día unos trechos bíblicos que, siguiéndolos diariamente, sacan de cualquier abismo y conducen a puerto seguro. No hay que hacerse rogar para el propio provecho: probemos y veamos qué bueno es el Señor.

Señor: tu ley es perfecta y es descanso del alma. Que tu Palabra venga hasta nosotros y que con su fuerza y pureza transforme nuestras vidas. Que tu Palabra se haga, en la Carne de Cristo, nuestra propia carne.

  1. ¿Qué tiempo me tomo para leer el evangelio cada día?
  2. ¿A mitad de la mañana, en la tarde, recuerdo el pasaje bíblico leído?
  3. ¿En qué lugar está la Biblia? ¿Busco formarme para comprenderla mejor?
  4. ¿Me arde el corazón con su mensaje? ¿He llorado ante un pasaje bíblico?
  5. ¿Me dejo corregir por la Palabra? ¿La celebramos en asamblea?