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VIVIR EN LA TIERRA COMO QUISIÉRAMOS NUESTRA VIDA EN EL CIELO

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EVANGELIO DE HOY: 17/3/22 (Lc 16,19-31).

La parábola del hombre rico y del pobre Lázaro nos presenta la realidad del más allá de esta vida, a la cual no tenemos acceso, a menos que, como en este caso, nos la muestran; esta iniciativa divina es una gracia, una oportunidad de oro, porque nos permite enmendar, convertirnos, encaminar nuestras vidas según lo que Dios espera de nosotros, ahora que tenemos tiempo.

Hay, en el pasaje, dos escenarios, lo que pasa en la tierra, y lo que sucede en la otra dimensión trascendente. Estos dos escenarios están estrechamente unidos, relacionados, condicionados: la manera de vivir, las actitudes con las que se transita en esta tierra, serán las mismas con las que nos acojan en el lugar de destino.
 
En el pensamiento de san Agustín, en la parábola no se condena la riqueza, sino la soberbia, la manera injusta como es administrada. Se observa un contraste entre la forma del rico vestir (púrpura y lino), banquetear (espléndidamente); y la realidad de Lázaro, cuyas vestimenta eran sus propias llagas, sin otra compañía que los perros, sus amigos. Lázaro estaba muy próximo del rico, echado en su portal.

Aquí se denuncia la inferencia, el desinterés, la despreocupación, la falta de solidaridad; se dice que aunque tenía deseos de saciarse de lo que tiraban de la mesa, nadie se lo daba.
 
Benedicto XVI nos recuerda que el nombre Lázaro significa “Dios le ayuda”; y esto queda bien reflejado al momento de su muerte, donde entra directamente la participación divina. Ahora no serán los perros sus compañeros, sino los ángeles, quienes llegan a su procura, y lo llevan “al seno de Abrahán”. En la historia de Abrahán tenemos una escuela de hospitalidad, solidaridad, y desprendimiento. Si un mensaje fuerte nos enseña esta parábola es vivir el don de la acogida y la gratitud, ahora.
 
En la otra vida plasmada en el relato, también se observa un contraste: si a Lázaro lo llevan al “cielo”, al rico dominado por la soberbia, sencillamente, lo entierran. Este hombre, aunque no tiene acceso al lugar donde se encuentra Lázaro, sí lo puede ver, lo testimonia, se le despierta la conciencia, lo reconoce, pero ya es muy tarde para enmendar su vida, hecha un desastre.
 
Cuando el hombre tormentoso, angustiado, pide ayuda, Abrahán le sirve de memoria: “recuerda que recibiste bienes en la vida…”; o sea, recuerda que te olvidaste de Lázaro, en él están representados todos los necesitados de la tierra. Interesa destacar que la pobreza no garantiza la entrada al cielo.

Porque aquí se está considerando dimensiones más profundas, que tienen que ver con la actitud interna del ser humano, que es lo que Dios examina. La calidad humana y espiritual de Lázaro se deja sentir; en su silencio, no condena ni maldice; sencillamente espera lo que él mismo no puede remediar.
 
Señor, como nos dice el Salmo 1, queremos ser como esa gente dichosa, que no sigue los malos ejemplos, sino que se complacen en hacer tu voluntad; tu voluntad que se revela en la Sagrada Escritura, en el Magisterio de la Iglesia.

Ayúdanos a ser árboles saludables, frondosos, que sirvan de alimento para todos los hambrientos y necesitados. No queremos ser como paja arrastrada por el viento. En tu Santo Espíritu danos firmeza para obrar bien y enmendar nuestras vidas, ahora que tenemos tiempo, mientras caminamos por esta tierra.
 
1. ¿Cómo estoy viviendo la solidaridad, la hospitalidad, el compromiso con los más necesitados?
2. ¿Tengo presente que esta vida es transitoria? ¿Cómo esto incide en los desapegos?
3. ¿Hacia dónde voy con el camino que llevo?