Vie. Jul 26th, 2024

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LO VIÓ A LO LEJOS

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«Abba, Padre, me pongo en tus manos…
Pongo mi alma en tus manos.
Te la doy, Dios mío,
con todo el amor del que soy capaz.
Porque para mi amarte es darme
entregarme en tus manos sin medida, con infinita confianza,
porque Tú eres mi Padre» (Oración del abandono, Carlos de Foucault).

El tiempo de Cuaresma, si bien nos invita a interiorizar y recapacitar, también nos pone de frente a la actitud de Dios que nos acoge y perdona.

Muchos hemos escuchado hablar de la «parábola del hijo pródigo», ese hijo que pidiendo la herencia, corta radicalmente con su padre, heredandolo en vida (que es la forma sutil de explicarnos que le desea la muerte, por aquello de que nadie hereda en vida del dador).

Y es aquí donde se nos revela el real título de la parábola: del Padre Misericordioso.

Un padre que con dolor de su alma pero lleno de amor deja a su hijo ser libre y decidir sobre su destino, le da la parte de la herencia, lo ve marcharse, pero también, día y noche está pendiente y esperando que su hijo vuelva, para salir a su encuentro, abrazarlo, besarlo y sin dejar que dé explicaciones, vestirle, y prepararle una fiesta con lo mejor que tiene.

Este símil es un modo de explicar la misericordia de Dios para con nosotros. Es un Padre generoso, que nos da con gratuidad. Que no vive de exigencias. Él es libre y respeta nuestras decisiones.

Que nunca nos olvida, aunque nos hayamos apartado de Él. Que sabe perdonar y no nos restriega los pecados y faltas en la cara. Que siempre que nos convertimos, hace fiesta porque como el hijo menor, estábamos muertos por el pecado y estar en Él nos devuelve a la vida.

Ojalá que hoy, domingo de la alegría, sintamos la presencia de ese Padre Dios que nos busca, ama y perdona pues quiere lo mejor para nosotros. Amén