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LOS PASOS DEL SAMARITANO: ESCUELA Y CAMINO DE SANTIDAD.

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LECTURAS DE HOY: 10/7/22.
(Dt 30,10-14; Sal 68; Col 1,15-20; Lc 10,25-37).

El evangelio nos presenta a un maestro de la Ley acercándose a Jesús con una pregunta: “Maestro ¿qué tengo que hacer para ganar la vida eterna?”. Impresiona la manera en cómo Jesús le retorna la cuestión: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees?”, porque esto refleja la existencia de maestros de lecturas, que conocen lo escrito, pero sin llevarlo a la vida. De hecho, dos veces, Jesús insistirá: “Haz esto y tendrás la vida”; igualmente, al final de la parábola del samaritano – “Haz tú lo mismo”.
 
El maestro de la Ley recitó la Escritura de memoria: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo”. Hizo también una segunda pregunta a Jesús: “¿Quién es mi prójimo?”. Sin ser su intención, nos deja considerar que, sin saber quién es el prójimo es imposible vivir las Escrituras. No hay como hacer camino al cielo sin aterrizar la relación con Dios en la convivencia con los hermanos. Por eso, la sabia y trascendente parábola nos enseña el itinerario de la santidad. Sigamos los pasos del samaritano:
 

  1. “Iba de viaje, llegó donde estaba él”: el samaritano tenía su agenda; como nosotros, tantas veces, llenos de compromisos, con el tiempo justo, la mente enfocada en una dirección; nadie cuerdo de la cabeza viaja sin propósito. Con todo, este hombre, se detuvo ante una persona caída en el suelo, medio muerta. Hacemos vida la Palabra dándole prioridad al cuidado de la vida.
     
  2. “Al verlo, le dio lástima, se le acercó”. Mientras que el sacerdote y el levita dieron un buen rodeo para llegar a sus compromisos, el samaritano tuvo un acercamiento progresivo. Cuanto más cercano, más le dolía aquel hombre herido en el camino. Se sintió comprometido con él. Hacemos camino hacia la vida eterna acercándonos al que sufre para consolarlo con acciones concretas.
     
  3. “Le vendó las heridas, echándoles aceite y vino”. Sólo el amor permite improvisar. El samaritano le ayudó con lo que llevaba consigo. Si otras manos fueron hábiles para herir y maltratar, éstas se dispusieron a curar. No economiza su aceite y su vino. No calculó. El Señor nos dice que aprendamos a vaciar nuestros “frascos” al servicio de quien lo necesita; así se hace vida la Biblia, curando las heridas abiertas en nuestro caminar.
     
  4. “Montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó”. El samaritano lo asumió como suyo. Si ya lo había cargado en su corazón, lo más sencillo fue subirlo en su montura. Cambió la ruta. Dos veces aparece en el pasaje el verbo “cuidar”; un verbo muy hermoso porque recuerda el estado permanente de Dios: cuidar. Hacemos vida la Palabra cuando fomentamos la cultura del cuidado, y cuando disponemos nuestras pertenencias al servicio de los otros.
     
  5. “Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta”. Así mismo es Dios, ama hasta el extremo. El samaritano comprometió su corazón, su bolsillo, su tiempo.

El testimonio del samaritano se fundamenta en el Deuteronomio cuando dice: “El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca”. Con el llamado a la santidad, al cultivo de la vida eterna, el Señor no nos está pidiendo nada irrealizable. La parábola de hoy nos ejemplifica cómo hacerlo. A cada uno el Señor nos dice: “Anda, haz tú lo mismo”.
 
Señor, deseamos darle dignidad a nuestra identidad cristiana. Danos la fuerza de tu Espíritu para hacer vida tu Palabra.

1. ¿Hay en mí alguna separación entre la Palabra de Dios en la Biblia y la vida que llevo
2. ¿Cómo me ayuda la parábola de hoy a vivir la caridad cristiana?
3. ¿Qué estoy haciendo con “mi vino” y “mi aceite”?
4. ¿Cómo me pongo cuando no puedo cumplir la agenda por los imprevistos? ¿Qué lecciones de vida se quedan conmigo?