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EL BAUTISMO DEL SEÑOR:
Y EL ACONTECIMIENTO DE NUESTRO BAUTISMO.

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LECTURAS DE HOY: 8/1/23.

(Is 42,1-4.6-7; Sal 28; Hch 10,34-38; Mt 3,13-17).


La primera lectura de Isaías nos comienza ambientando sobre el íntimo vínculo entre Dios y su elegido predilecto: “Miren a mi siervo, a quien sostengo…”. Dios lo sostiene con la fuerza de su Espíritu, que reposa sobre él, asumiendo los mismos rasgos de Aquel que lo admite y acoge: paciente, misericordioso, manso y humilde. El sentido de pertenencia a su Señor, le une y compromete con sus intereses: promover el derecho, la justicia, la liberación de los cautivos, la luz para los ciegos…
 
La segunda lectura enfatiza que Dios no hace distinciones entre las personas. El único criterio que el Señor nos pone para derramar su amor sobre nosotros es que le aceptemos, que lo acojamos. Quiere decir que, cada uno tiene la oportunidad de incorporarse al corazón del Padre mediante su Hijo Jesús, con la gracia del Espíritu. A su vez, el apóstol nos deja ver qué implica esta unión con Dios, desde la vida de Cristo: pasar la vida haciendo el bien, teniendo en la comunidad, en la sociedad, una presencia sanadora y saludable.
 
El Evangelio nos habla del bautismo de Jesús en el Jordán. Es el punto de partida de su misión. Recordamos que el bautismo promovido por Juan, daba el paso a una nueva vida, a un nuevo comienzo; se forjaba una ruptura con el pasado, un profundo reconocimiento para cambiar de vida y volver a comenzar en el Señor. Jesús nos da ejemplo, sin Él haber tenido pecado, de cómo se comienza a pertenecer a Dios. ¿Qué acontece en nosotros, a la luz de Cristo, con nuestro bautismo?
 
En nuestro bautismo también el cielo se abre, porque llega un hijo más, una hija más, no para amontonar, sino para ser amado y amar. En ese momento especial quedamos liberados del pecado original, y también de los pecados personales. Se nos hace una limpieza interior profunda y mística, que intenta representarse en las vestiduras blancas. Se trata de una solemnidad marcada por el amor, que le permite a la persona empezar de nuevo en Cristo y en el Espíritu. La persona ya no está sola, pertenece al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Nace la identidad cristiana. Comienza el camino hacia los demás sacramentos, por eso, el bautismo es puerta de entrada.
 
De ahí la importancia de renovar nuestro bautismo, y de darle seguimiento a nuestra alma desde el sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación. Este sentido de pertenencia es lo que hace que la persona se comprometa seriamente con Dios, desde la comunidad de hermanos y hermanas.
 
Ante la antigua práctica eclesial del bautismo de los niños, alguien dijo: “no se deben bautizar a los niños, porque no saben lo que hacen”. Y la persona creyente que escuchaba respondió: “Es necesario bautizarlos, porque aunque los niños no saben lo que hacen, el Señor sí sabe lo que hace y a qué se compromete”. Los padres también han de saber lo que hacen y reconocer la gracia incomparable del bautismo para no dejar a sus hijos y a sus hijas sin estos dones sagrados.
 
Señor: hoy todos tus hijos y tus hijas, a una sola voz, te aclamamos; aclamamos tu nombre glorioso. Gracias, Señor, por bendecirnos, como tu Pueblo, con la paz.

  1.  ¿He ido cultivando la conciencia de lo que significa ser bautizado?
  2. ¿Cómo voy a renovar mi bautismo?
  3. ¿Tengo memoria de la ruptura que he hecho, el antes y el después de mi vida en Cristo?
  4.  ¿Cuáles rasgos muestran que he asumido mi bautismo con amor y fe?
  5.  ¿Por qué el bautismo me exige compromiso fiel con la Iglesia y en la sociedad?