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CORAZÓN DE APÓSTOL

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LECTURAS DE HOY: 3/5/23 (1Cor 15,1-8; Sal 18; Jn 14,6-14).

“El corazón del apóstol no está hecho para pequeñeces” (Papa Francisco); partimos de esta sugerente frase en la fiesta que celebramos hoy, de los apóstoles Felipe y Santiago. Vamos a destacar algunos rasgos que les distinguen, así como a los demás apóstoles. Aprendiendo de ellos, nos animamos a madurar en la fe comprometida.
 
El fuego en el corazón del apóstol nace de la experiencia de Cristo resucitado. Una experiencia viva, real, fundante, directa. No le hablaron de fuego, sino que fue incendiado en el Espíritu. La pobreza personal quedó al margen para darle paso a la autoridad del Señor. Ya no vive el apóstol en sí, sino el mismo Cristo. La espada del apóstol es la Palabra. Con ella proclama el evangelio. No se dice que habla del evangelio, sino que lo proclama. Abiertamente lo anuncia. No es secreto, sino noticia pública para despertar, avivar y robustecer la fe.
 
El corazón del apóstol no está distraído ni disperso. Contrariamente está centrado; es persona de una sola pieza. No tiene ruidos interiores. Está lleno de silencio. Un silencio donde se deposita la Palabra válida.
 
El evangelio nos recuerda la paciente actitud de Jesús para formar a sus apóstoles: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida”. El Señor les ha revelado todo y ellos han creído. La inquietud de Felipe nos ha hecho bien a nosotros, pues hemos ganado al saber que quien ha visto a Jesús ha visto al Padre, porque son uno. El apóstol busca profundizar en su fe, indaga el corazón de Cristo. Y Cristo no lo deja en las periferias de la ignorancia, sino que lo sumerge en las aguas profundas del misterio.
 
El Señor, también nos dice a cada uno de nosotros: “Hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y no me conoces?…”. Lo primero que gesta el corazón del apóstol es estar con Cristo y conocerle.  ¿Qué tanto aprovecho el tiempo para estar con Él y conocerle? En la ruta auténtica del conocimiento del Señor se van desvaneciendo las pequeñeces, y se abre paso la obra de Dios. Compartimos el corazón del apóstol cuando nos embarcamos en la empresa de Cristo.
 
El Salmo 18 nos hace meditar que hasta la naturaleza tiene corazón apostólico. Mientras el cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos. El día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra. Y todo pasa sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz… Señor, queremos ser así, anunciarte con la Palabra y con el silencio, con el testimonio. Libéranos, con tu Espíritu, de nuestras pequeñeces y haznos anclar en tus dimensiones eternas.

  1. ¿Cómo me ha transformado la experiencia con Cristo? 
  2. ¿Me he quedado pequeño en la fe o la fe va madurando cada día en la gracia? 
  3. ¿Qué estoy buscando cuando busco a Cristo? ¿Qué estoy buscando cuando lo anuncio a los demás? 
  4. ¿Me estoy enredando en pequeñeces inútiles que distraen mi compromiso apostólico? 
  5. ¿Qué deseo sembrar en los corazones con los cuales interactúo en lo cotidiano?