Vie. Jul 26th, 2024

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EN LAS MANOS DEL PADRE

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EVANGELIO DE HOY: 2/5/23 (Jn 10,22-30).

Los judíos, movidos por la curiosidad, rodearon a Jesús, en un contexto festivo religioso; decían estar en suspenso ante su identidad. Pero Él no tenía nada más que decirles, lo había expresado y manifestado todo. La oscuridad de los judíos no era por falta de revelación de Jesús, sino por su incredulidad. Muchas personas sabían sobre Jesús, no todos lo aceptaban como Hijo de Dios. Él se vio en necesidad de describir a sus seguidores y argumentar sobre el respaldo que les garantiza. Los que creen en Jesús, son llamados por Él:
 
“Mis ovejas”. La expresión denota un sentido de pertenencia. Jesús no las obtuvo por sí mismo, sino por el Padre. Él da la vida por ellas, porque ama profundamente dicho regalo. El Padre no le ha dado cualquier cosa. Cada oveja tiene un valor absoluto en el corazón de Jesús. Las conoce. Han hecho intimidad, una estrecha relación. Las ovejas distinguen su voz; por la voz disciernen quién las llama y no caen en error. Él es pastor que guía y conduce; Él sabe hacia dónde se dirige; no las empuja ni las lleva a la fuerza. Van con su propia voluntad.
 
Las “ovejas” de Jesús no tienen cualquier alimento; Él la sostiene con alimento de vida eterna; complementan su fuerza con la permanencia en el rebaño en torno al pastor. Quien no tiene fe no aguanta el redil. Las ovejas que no son de Jesús están marcadas por el asombro y la perplejidad; en cambio, las de Él están ancladas en la confianza y el abandono.
 
Si donde está el pastor están las ovejas, éstas comparten sus mismas obras. Por eso, Jesús les garantiza que no perecerán para siempre. Ser rebaño del Señor tiene sus consecuencias. El camino está lleno de amenazas, de bandidos y salteadores. En el trayecto hay precipicios, obstáculos y numerosos peligros; sin embargo, ellas no van solas. Las protege quien tiene autoridad más allá de lo transitorio.
 
“Nadie las arrebatará de mi mano”. Esta expresión recuerda al profeta cuando dice: “Te llevo grabado en la palma de mí mano; tú eres mío” (IS 49,16). De la misma manera en que nadie puede quitar un tatuaje impreso a fuego, así nadie puede separar la oveja de su pastor. Las manos de Jesús y las manos del Padre son la misma cosa.
 
Señor: “Tú me estrechas por detrás y por delante, apoyas sobre mí tu palma. Tanto saber me sobrepasa, es sublime y no lo alcanzo” (Cf. Sal 139,5-6). Que cuando nos invadan los miedos y las angustias, podamos experimentar, por fe, que nada malo nos puede pasar, porque estamos sostenidos por tus manos.
 
1. ¿Me dejo conducir por Jesús hasta el Padre? 
2. ¿He experimentado la mano de Dios sosteniendo mi vida? 
3. ¿Quién o qué me pudiera arrebatar de las manos de Dios? 
4. ¿Salgo, “sin salir”, del redil para buscar a las otras ovejas que aún no están en el rebaño del Señor?