Vie. Jul 26th, 2024

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LA MEJOR MESA

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Discípulas Misioneras por la Santidad

EVANGELIO JOVEN — X Domingo del Tiempo Ordinario
Mateo 9,9-13 (11/6/23)

Jesús iba de camino cuando vio a Mateo sentado en la mesa de impuestos. La mesa con muchas ganancias injustas. Mesa de una sola silla, de un solo plato. Mesa transitoria, de esas que hoy están y mañana no, porque sus patas, sin caridad, no se sostienen. Es mesa de un solo tema, el cual gira en beneficio propio.

A esta nadie quiere llegar; ahuyenta a los comensales. No inspira confianza, levanta sospecha; porque en vez de alimentar, bebe, en su única copa, el sudor ajeno. El pobre Mateo, estaba sentado en la mesa equivocada; su verdadero lugar estaba vacío, en otra mesa, que le esperaba. ¿Dónde estoy sentado?

Muchas miradas habría recibido Mateo en aquella mesa. Miradas de rechazo, de esas que cortan como navaja; miradas que levantan muros y aumentan distancia. Pero con Jesús, Mateo recibió una mirada dulce, profunda, liberadora. La mirada del Señor fue acompañada con una invitación irresistible: “Sígueme”; se inauguraba así la ruta de la otra mesa. La mirada y la palabra de Jesús tocaron el corazón de ese hombre. Abandonó la vieja mesa, porque nadie menosprecia el oro. “Oro molido” es captar cuando Jesús pasa, dejarse mirar por Él, escucharle y seguirle. ¿Y a ti, y a mí, dónde nos encuentran sentados?

La verdadera mesa, para Mateo, estaba en su propia casa. Y él no lo sabía. Su interior era su casa y, su mesa, su corazón. En ese corazón seducido, Jesús preparó verdadera comida y verdadera bebida: ¡Sorpresa eucarística! Cuando otros “mal sentados”, captaron lo acontecido, no tardaron en apuntarse al banquete. ¿Quién se alimenta con “pajas” cuando se le ofrece nutrientes de eternidad? De ahí que la pequeña casa se convirtiera en dispensario médico; donde Jesús servía como doctor de almas; especialista en bálsamos de misericordia. ¿Y tú, dónde quieres sentarte? Con razón se nos ha dicho que, “no hay santo sin pasado, ni pecador sin futuro”.

Contemplar la vida de Mateo nos da esperanza. El Señor no descarta comensales para su banquete, por más indignos que parezcan. Basta con dejarse mirar por Él. Su mirada infunde fuerza espiritual para abandonar vieja mesa y caminar, con determinación, hacia la nueva. Cuando Jesús prepara la mesa comienza el banquete con sabor a santidad.

Porque la santidad, es el rostro más bello de la Iglesia.