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JUNTO A LA CRUZ

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EVANGELIO DE HOY: 15/9/23 (Jn 19,25-27).

Junto a la cruz de Jesús estaba su madre… Y con ella: 
El silencio. María no dice nada. Solo contempla. Y recuerda aquellas palabras de ardor recibidas en el templo: “Y a ti, una espada te atravesará el alma” (Lc 2,35). Bendito silencio que sabe esperar la palabra cierta. Que no pronostica ni delibera… es el silencio del abandono y la confianza.
 
La obediencia. Junto a la cruz hay, con Jesús y María, una escuela de obediencia. La obediencia y el sufrimiento son inseparables. Dice la carta a los Hebreos que el mismo Jesús tuvo que aprender a conjugarlos. El Hijo, a su vez, entrenó a la Madre. La Madre nos enseña a nosotros cómo hacer de la obediencia una virtud probada. Ella no evade la voluntad de Dios, aunque esta toque, la esencia de su vida, el mismo Jesús.
 
La escucha. Jesús se dirige a su madre. Y lo que antes ella enseñara a los demás: “Hagan lo que Él les diga” (Jn 2,5), ahora lo asume. No pide aclaraciones. Solo oye con atención su discernir, su voluntad. Muchos gritos y comentarios circundan el espacio de la cruz. La Madre solo sintoniza con la voz de Jesús. La distingue entre el bullicio y la guarda en el corazón.
 
La Iglesia. En el tronco de la cruz, sacrificio único de Jesús, nace la Iglesia, con hombres y mujeres. Nace con una Madre. Una Madre que sabe de dolores. Pero en cuya presencia está la fortaleza del Espíritu. Ella, como testamento, acoge al discípulo. Lo que para Jesús fue discípulo, para María será hijo. El discípulo será amado por Jesús, por ser discípulo, y amado por María, por ser hijo. Y ese discípulo recibe, de Jesús, el compromiso de acoger en su corazón, y en su casa, a la Madre.
 
Señor: gracias por regalarnos una Madre que nos enseña a permanecer siempre junto a ti. Una Madre que no se marcha de nuestro lado a la hora triste. Que sabe aguardar en paz y confianza los caminos del Señor.

Gracias Jesús, porque, al igual que a María, y al discípulo, también me miras a mí con la cruz cotidiana. Me alientas y me das esperanza para permanecer firme y creyente en los momentos. Gracias, Señor, porque lo que parecía concluir, desde la cruz, se convierte en genuino impulso misionero.