Vie. Jul 26th, 2024

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LOS CORAZONES DESTROZADOS ABUNDAN: LOS QUE CURAN SON POCOS.

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LECTURAS DE HOY: 9/12/23 (Is 30,19-21.23-26; Sal 146; Mt 9,35-10,1.6-8).

Ve leyendo, de manera orante, la primera lectura del profeta Isaías. Interioriza sus palabras y desea ser como Él, una persona que infunda el consuelo de Dios en medio de su pueblo: “No tendrás que llorar…”, porque hay Alguien que escucha el gemido y se apiada de ti.

El profeta, como los demás del pueblo, sufre las mismas penurias y las precariedades. Sin embargo, por la gracia del Espíritu y su propia voluntad, ha decidido ser “amigo fuerte de Dios”; es formado para curar. Viviendo en las mismas circunstancias, anuncia la esperanza y la venida del Señor, que llega para vendar la herida de su pueblo y curar la llaga que le ha provocado el golpe. Mientras tanto, el mismo profeta va iniciando los procesos de cura.

Hoy, nuestra gente, también está llagada y herida. Son más los que gritan, que los que consuelan. Y estos pocos consoladores y consoladoras, ignorando sus propias heridas, se disponen a ser medicina de Dios, en los corazones destrozados. ¿Quién se está interesando por los corazones destrozados? ¿A quién le interesa invertir la vida en una obra que aparentemente no se ve?

El Salmo de hoy nos hace meditar que cada uno de nosotros somos “estrella de Dios”. Tú eres la estrella que Él llama por su nombre. Quien te creó, te cura para tu bien. Tu bien es imitarlo; y con Él reconstruir las murallas en ruinas.

La mies es abundante, o sea, las personas destrozadas rebosan en la sociedad; pero son pocos los trabajadores que llevan el consuelo de la Buena Nueva. Se consuela: recuperando a las personas perdidas y desorientadas, proclamando con la vida y con la voz que el Reino está presente, resucitando lo que aparentemente no tiene vida, limpiando las heridas, echando fuera aquello que no refleje el querer de Dios… El Señor, a ti, te sana gratis, para que gratuitamente vayas con Él a sanar profundamente al pueblo herido.

Señor, yo también quiero recorrer contigo los caminos, anunciando y curando. Que pueda, en ti, compadecerme de las situaciones humanas abandonadas. Manda, buen Jesús, consoladores a tu pueblo.

  1. ¿Tienes alguna herida que necesita ser curada? ¿Qué nombre le pones?
  2. ¿Buscas, en el Señor, el remedio eficaz para curarte?
  3. En este Adviento, ¿experimentas la presencia consoladora del Maestro, que ve tu vida, y te cura para tu bien?
  4. ¿Qué quieres ser: consolado o consolador?
  5. ¿Te sientes llamado a ser medicina de Dios para los demás?