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“Sean santos, porque yo el Señor, su Dios, soy santo”

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Cardenal Nicolás De Jesús López Rodiríguez

VII Domingo del Tiempo Ordinario
23 de febrero de 2020 – Ciclo A

a) Del libro del Levítico 19, 1-2.17-18.

En el libro del Levítico se presentan unas normas que regulan el culto y unas disposiciones acerca de los ritos con los que se han de ofrecer los sacrificios, realizar consagraciones u ofrendas, o celebrar fiestas. En este capítulo 19 nos encontramos con una larga lista de preceptos, cuya unidad está dada por una sola preocupación: “Sean santos, porque yo, el Señor, su Dios, soy santo” (v.2).

Cada aspecto de la vida humana se orienta a santificar el Nombre de Dios, con lo cual se adquiere también la santidad personal. Lo novedoso del capítulo 19 es que entre las preocupaciones de índole religiosa (1-8) y las de índole más general, se encuentra un conjunto de normas que tienen que ver con las relaciones justas respecto al prójimo que alcanzan su máxima expresión en el versículo 18: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Texto citado por el mismo Jesús como el culmen y centro de la Ley y los Profetas, junto con el amor a Dios (Mt. 22,39).

b) De la primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios 3, 16-23.

El Apóstol Pablo reitera el llamado a la unidad de la Iglesia que está amenazada con el problema de las divisiones y escándalos en la comunidad. Estamos llamados a la santidad, pues somos templo del Espíritu Santo, la sabiduría y el amor de Dios que está presente en la comunidad.  No podemos enajenar nuestra libertad de pensar y de actuar ni nuestra conciencia en una obediencia servil a nuestros líderes, ni estos pueden imponernos el silencio, siempre que nos movamos dentro de la tradición apostólica. Teniendo presente que el centro de la comunidad es Cristo, de la misma manera que Cristo hizo del reino de Dios el centro de su vida y su misión.

c) Del Evangelio de San Mateo 5, 38-48.

San Mateo concluye con estos versículos la primera parte del Sermón de la Montaña, presentando las dos últimas antítesis: perdón en vez de venganza, y amor al enemigo en vez de odio. Punto culminante de la doctrina de Jesús. Junto con su lugar paralelo en Lc. 6, 27-38. Es de tal envergadura el giro doctrinal que Jesús propone, que en ello empeña de nuevo su autoridad mesiánica: “Han oído que se dijo a los antiguos… pero yo les digo”.

La Ley del Talión establecía: vida por vida, ojo por ojo, diente por diente. Es decir, puedes pagar con la misma moneda. Para Jesús eso queda excluido… No sólo la venganza efectiva sino también el deseo de esta, hasta llegar a renunciar a la justicia vengativa y a toda violencia activa, incluso como autodefensa: “No hagan frente al que los que agravia, al contrario…” (v.39). “Amen a sus enemigos” (vv.43-47).

Una vez más Jesús rompe con la tradición de los rabinos: “Yo, en cambio, les digo: “Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que les aborrecen y recen por los que les persiguen y calumnian” (v.44). “Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto” (v.48). Esta conclusión de las seis antítesis es la motivación de todo lo que antecede. Esta es una base ética profundamente religiosa: Imitación del ejemplo de Dios, a cuya imagen está hecho el hombre. El mensaje de Jesús aparece aquí en toda su radicalidad, que revoluciona todos nuestros criterios y valores humanos; excluye toda violencia y malquerencia, pero no una resistencia pacífica, si bien activa por el amor.

(Publicación en el periódico Listín Diario)

Fuente: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nuestro Pueblo.
B. Caballero: En las Fuentes de la Palabra.