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“Si eres Hijo de Dios…”

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Cardenal Nicolás De Jesús López Rodríguez

I Domingo de Cuaresma
1 de marzo de 2020 – Ciclo A

El tiempo de Cuaresma comprende cinco semanas que concluyen con el Triduo Pascual en que revivimos los sucesos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Este es un tiempo de gracia especial caracterizado por la austeridad, la penitencia y la oración, a las que se añaden la limosna como signo de comunión. A partir del Concilio Vaticano II se pone el énfasis en la conversión interior del corazón. Los textos bíblicos orientan la actitud cuaresmal a una profunda purificación del corazón y de la vida misma de la Iglesia; siendo las obras de misericordia, la manifestación de la verdadera conversión al Señor.

a) Del libro del Génesis 2, 7-9; 3, 1-7.

El polvo humedecido hace posible la modelación de su figura, como la que haría un alfarero. De ahí su nombre Adam, el terreno, (homo, homus), el nacido del seno de la tierra para volver a él. Así el hombre se define como tierra y soplo de Dios. Esta lectura que describe la tentación y el primer pecado del hombre, que no supera la prueba y rompe con Dios por su desobediencia nos recuerda nuestra condición de pecadores y necesitados del perdón y la reconciliación que obtenemos por Jesucristo.  En ese primer pecado encontramos la raíz de todos los pecados de la historia y la causa de todas las barbaridades que los seres humanos son capaces de cometer.

b) De la carta del apóstol San Pablo a los Romanos 5, 12-19.

San Pablo nos habla de la diferencia entre el primer Adán, que representa el pecado, y el último, Cristo, la justificación, la gracia abundante. Cristo es la “justicia” y la “sabiduría” de Dios. El hombre no puede justificarse a sí mismo; la Ley no justifica; las obras de la Ley tampoco. El único que justifica es Dios, y esto por la fe en Cristo, su Hijo que murió por nosotros. En Cristo se revela la “justicia” divina, que nos justifica y nos eleva a la dignidad de hijos de Dios en el Espíritu Santo.

c) Del Evangelio de San Mateo 4, 1-11.

San Mateo relata las tentaciones a que Jesús, como verdadero hombre, fue sometido al iniciar su misión apostólica. Las dos primeras tentaciones comienzan con la misma insinuación condicionante del tentador: “Si eres Hijo de Dios…”, es decir el Mesías. Es posible apreciar que Jesús vence las tentaciones a base de fidelidad a la voluntad de Dios. No opta por el estilo triunfalista del Mesías terreno que esperaba y quería el pueblo judío y sus discípulos, sino por el talante y disponibilidad del Siervo de Yahveh y la humillación de la cruz.

La figura y la conducta de Jesús en la tentación es también la réplica de las tentaciones del pueblo judío en el desierto a las que el mismo pueblo sucumbió. Jesús es tentado en el desierto durante cuarenta días, al igual que el pueblo de Israel durante cuarenta años; Jesús ayuna cuarenta días y cuarenta noches al igual que Moisés.

Nosotros también somos tentados, vivimos en una atmósfera contaminada por el pecado en todas sus manifestaciones. Nosotros nos fabricamos ídolos en grandes cantidades y expresiones como sustitutos del Único Dios. Si somos tentados como Jesús con el tener, querer y poder, también unidos a Él podemos salir vencedores en la prueba, por medio de la fe que es la fuerza liberadora número uno. El que confía en la gracia y el poder del Señor saldrá victorioso en las tentaciones que se nos presentan a diario.

Enlace en su publicación cada domingo en el periódico Listín Diario

Fuente: Luis Alonso Schökel:
La Biblia de Nuestro Pueblo.
B. Caballero: En las Fuentes de la Palabra