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«Lo reconocieron al partir el pan»

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Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez
III Domingo de Pascua
26 de abril de 2020 – Ciclo A

a) Del libro de los Hechos de los Apóstoles 2, 14.22-33.

Había en Jeru­salén una gran concentración de peregrinos con motivo de la fiesta de Pentecostés, una de las más importantes del calendario judío y Pedro ha­ce la primera proclamación pública de la Resurrección de Jesús con un discurso di­recto, valiente y claro. Prime­ro se refiere al Señor sin titu­beos y luego les echa en cara el crimen que, ciertamen­te fue instigado por los sa­cerdotes y demás miembros del Sanedrín, pero, la masa enardecida aprobó esta ma­quinación a pesar de la opo­sición de Pilato.

El discurso de Pedro provo­có una reacción: “Herma­nos, ¿qué debemos hacer?”. Es la pregunta que deben ha­cerse todos los que escuchan el Evangelio. Y él les respon­de categóricamente: “Con­viértanse y háganse bauti­zar cada uno en el nombre de Jesucristo para que se les perdonen sus pecados y Dios les dará el Espíritu Santo”.

b) De la primera carta del Apóstol San Pedro 1, 17-21.

Al parecer, Pedro trataba de que los gentiles conversos y los judíos convertidos al cris­tianismo pusieran su con­fianza en Cristo resucitado, base de su “fe y su esperan­za”, el Hijo de Dios Padre que no hace diferencia entre las personas. Aunque los cristia­nos invoquen a Dios como a su Padre, según la enseñan­za del mismo Cristo, han de mantenerse siempre en una actitud de temor reverencial. Al mismo tiempo, no han de olvidar que es un Dios justo, que dará a cada uno según sus obras, sin hacer distin­ción de personas. La verda­dera patria del cristiano es­tá en el cielo.

Por eso, ha de trabajar por librarse de to­do lo que le pudiera apartar de la meta durante su pere­grinación por este mundo. El apóstol recuerda un ter­cer motivo que ha de incitar a los fieles a la santidad: han sido rescatados con un altí­simo precio, “con la preciosa sangre de Cristo, cordero sin mancha ni defecto” (v.20).

c) Del Evangelio de San Lucas 24, 13-35.

Cuando Jesús se acercó a los dos caminantes, éstos no estaban en condición de reconocerlo porque la des­ilusión les embargaba el ánimo, se sienten tristes y derrotados, no creen en Él ni esperan ya nada. Así se lo exponen al Desconoci­do que se les ha unido en la marcha.

Con sus palabras Jesús les abre el camino para acceder a la fe en su persona, hacién­doles ver la estrecha relación que hay entre las profecías mesiánicas del Antiguo Tes­tamento y su cumplimiento en el Nuevo, es decir, en Je­sús de Nazaret.

“Partir el pan” es la clave eu­carística del encuentro en la fe con Cristo resucitado. Mientras iban de camino a Emaús los dos discípulos no caen en la cuenta de quien les acompaña. Pero una vez que se han hecho amigos y se disponen a cenar juntos, en­tonces el Señor “sentado a la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reco­nocieron. Pero Él desapare­ció” (vv. 30-31).

Él desapare­ció de su vista, sin embargo, aprendieron una lección fun­damental, extensiva a todos los cristianos: Cristo resucita­do sigue presente entre ellos, en medio de la comunidad, de un manera nueva y cierta, es decir por la fe que nace de su Pan y de su Palabra. Esta nueva presencia de Cristo re­sucitado en la comunidad de fe es sumamente alentadora para nosotros que no conoci­mos a Jesús personalmente.