El Inmaculado Corazón de María.
5 min readEl que promovió de hecho la celebración litúrgica del Corazón de María fue san Juan Eudes, como se deduce también de las explícitas declaraciones de León Xlll (1903) y de Pío X (1909)` que le dan el nombre de “padre, doctor y primer apóstol” de la devoción y particularmente del culto litúrgico a los sagrados corazones de Jesús y de María, a los que el santo quiso consagrar de manera especial a los religiosos de su congregación.
Ya hacia el año 1643 m empezó a celebrar con sus seguidores la fiesta del Corazón de María. Cinco años después, el 8 de febrero de 1648, esta fiesta se celebró también en público, en la ciudad de Autun, con misa y oficio compuestos por el santo y aprobados por el obispo diocesano.
Cuando el maestresala probó el vino milagroso que la bendición de Jesús regalaba a los felices novios de Caná, exclamó admirado, dirigiéndose al esposo: “Has reservado el buen vino hasta ahora…”.
La devoción al Inmaculado Corazón de María es este buen vino que el esposo, Jesucristo, tenía en reserva para su Iglesia hasta la hora actual.
Se ensalzaba la altísima dignidad, las gracias y privilegios de María, sin atreverse a penetrar en el santuario de todas ellas: su Corazón.
Ha sido precisa una llamada expresa de la misma Santísima Señora para alentarnos a dar este paso. El Mensaje de Fátima es una invitación apremiante a la intimidad de su Corazón. El cardenal patriarca de Lisboa lo considera como “una revelación del Corazón Inmaculado de María al mundo actual.
Por su parte, Pío XII nos invita a arrojarnos en los brazos de María, “seguros de encontrar en su amantísimo Corazón… el puerto seguro en medio de las tempestades que por todas partes nos apremian”. (Oración Año Mariano.)
En todos los tiempos, en el lenguaje usual, la palabra “corazón” ha sido tomada como símbolo de la vida interior del hombre y aun de la misma persona considerada en su vida afectiva. La Sagrada Escritura da comúnmente al término “corazón” este carácter simbólico. De este modo, a través del corazón físico de María veneramos su vida interior y su misma persona por la suprema razón de su dignidad inmensa de Madre de Dios.
La maternidad divina de María es la raíz y la causa de todas las gracias que adornan su Corazón.
Madre de Cristo-Cabeza por su Corazón, es también por su Corazón madre del Cuerpo de Cristo, la Iglesia. Nos concibió al mismo tiempo que a Jesús al dar su consentimiento a la embajada del ángel. Libremente y por amor, aceptando de corazón ser madre del Cristo total. Y, por los dolores de su Corazón, nos dio a luz al pie de la cruz de su Primogénito, mereciéndonos así, juntamente con EI, la gracia redentora que ahora nos llega por su mediación.
Si todo corazón de madre es ya una cristalización admirable del amor de Dios.
María posee un auténtico corazón de madre. Con más exactitud cabria decir que todo corazón de madre es una copia, más o menos feliz, del de María. Y nos encanta hallar plena confirmación de esta verdad adivinada por nuestro instinto filial en las páginas del Evangelio. En dos breves rasgos, San Lucas y San Juan nos dan el perfil inconfundiblemente materno del Corazón de María.
San Lucas tiene una frase que nunca le agradeceremos bastante. Por dos veces repite, ponderativo: “Y María guardaba todas estas cosas en su Corazón”.
En tan pocas palabras el evangelista de Nuestra Señora acaba de decirnos lo que más nos importaba saber: que en el Corazón de María tenemos un corazón de madre. Que María posee en grado sumo una cualidad específicamente maternal: la memoria fiel del corazón.
Esta es la condición que San Lucas hace resaltar, por dos veces, en el Corazón de María. Teniendo en cuenta la estricta sobriedad de los evangelios, esta insistencia es significativa: es que debe importarnos mucho la fidelidad de su Corazón.
En Caná el corazón maternal de María despliega su vigilante cuidado en favor de unos extraños —parientes lejanos a lo sumo— para remediar una situación embarazosa, sí, pero, sin consecuencias graves. Para demostrarnos que a Ella, en verdad, nada humano puede serle extraño, ni nadie queda excluido de su celosa ternura.
Fue el jesuita p. Gallifet el que en 1726 renovó una petición formal a la Santa Sede para la aprobación de la fiesta. La causa fue tratada por Próspero Lambertini, el futuro Benedicto XIV, que era entonces promotor de la fe.
En 1799 Pío VI autorizó a la diócesis de Palermo a celebrar una fiesta en honor del Corazón santísimo de la bienaventurada virgen María. Pío VIl, en 1805, decidió conceder esta celebración litúrgica a todos los que la solicitasen expresamente a Roma, con la obligación de utilizar mutatis mutandis el oficio de la fiesta de nuestra Señora de las Nieves.
En tiempos de Pío IX, en 1855, la Congregación de Ritos aprobaba para la celebración del Corazón purísimo de María nuevos textos para la misa y el oficio, utilizando en parte los de san Juan Eudes, pero destinados siempre y solamente a aquellas diócesis y familias religiosas que hubieran hecho la debida solicitud. En 1914, con ocasión de la reforma del misal romano, la fiesta del Corazón de María fue trasladada del cuerpo del misal.
El 31 de octubre de 1942 (y luego, solemnemente, el 8 de diciembre en la basílica vaticana), en el 25 aniversario de las apariciones de Fátima, Pío Xll consagraba la iglesia y el género humano al inmaculado corazón de María; como recuerdo perenne de aquel acto, el 4 de marzo de 1944, con el decreto Cultus liturgicus, el papa extendía a toda la iglesia latina la fiesta litúrgica del Inmaculado Corazón de María, asignándole como día propio el 22 de agosto y elevándola a rito doble de segunda clase. El calendario actual ha reducido la celebración a memoria facultativa y ha querido encontrarle un lugar más adecuado poniéndola el día después de la solemnidad del Sacratísimo Corazón de Jesús.