Demos buenos frutos
3 min readCardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez
a) Del libro del profeta de Isaías 55, 10-11.
Este fragmento es un llamado a la esperanza, el Señor es quien da con generosidad y solamente espera que abramos nuestro corazón. Este mensaje del Segundo Isaías conforta a los judíos desterrados en Babilonia, el profeta utiliza la imagen familiar del sembrador y la semilla en este oráculo de esperanza. Él invita a los judíos y gentiles, a todos los que están hambrientos o sedientos, al gran banquete escatológico de los tiempos mesiánicos. Asimismo, Jesús enviará a sus discípulos a predicar, “vayan y hagan discípulos de todos los pueblos”, el Evangelio es la Buena Noticia para todos sin excepción.
b) De la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 8, 18-23.
Cuando somos bautizados, nuestra muerte es una nueva relación con Dios: somos sus hijos, herederos y hermanos de Jesús, todo esto es posible por la vida del Espíritu, no por el poder de la Ley. En este texto San Pablo también se maravilla ante la posibilidad de lo que eso significa, al considerar las implicaciones del plan de Dios no sólo para la humanidad sino para toda la creación, y nos habla de la solidaridad entre el hombre y lo creado, de nuestra responsabilidad de cuidar y proteger lo creado.
c) Del Evangelio de San Mateo 13, 1-23.
En este pasaje evangélico distinguimos tres partes: la Parábola del sembrador (vv. 3-9), el por qué y la finalidad de las parábolas (vv. 10-17) y la interpretación de la parábola del sembrador (vv.18-23).
Jesús comienza comparando el Reino de Dios con una siembra aleatoria y acaba equiparándola a una cosecha espléndida, sin prestar mayor atención a las etapas intermedias de crecimiento y maduración. Las cifras que resalta: ciento, sesenta y treinta por uno, hablan claramente de la plenitud escatológica del Reino de Dios que sobrepasa toda medida y supera con creces el promedio habitual de una buena cosecha que suele ser del diez por uno.
Aunque aparentemente los primeros resultados hablan de fracaso, la eficacia de la Palabra de Dios está asegurada, pues la tierra fértil compensa con creces la esterilidad de las otras parcelas: el camino, el pedregal y las zarzas. El sembrador esparce la semilla generosamente confiando en el éxito final. Pero el protagonismo de la parábola no lo tiene el sembrador sino la simiente junto con el terreno en que cae la misma.
El núcleo del evangelio de este domingo es la eficacia de la palabra, aunque condicionada en buena parte por los diversos grados de aceptación de esta por los oyentes; quedando de manifiesto que el primero y fundamental factor determinante de la salvación es la iniciativa de Dios que la ofrece al hombre y el segundo, la respuesta afirmativa o negativa de éste, pues Dios respeta su libertad.
El mismo Jesús nos dejó una magnífica interpretación de la parábola del sembrador en base a las cuatro clases de terreno en que la semilla es arrojada, “la Palabra del Reino” (v. 19): al borde del camino, terreno pedregoso, zarzas y tierra buena.
Debemos preguntarnos qué clase de terreno somos nosotros y en particular yo mismo. La respuesta sincera la debe dar cada uno en base a su vida, en qué medida acojo la palabra en mi corazón y la hago fructificar.
Fuente: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nuestro Pueblo.
B. Caballero: En las Fuentes de la Palabra.