Vie. Abr 19th, 2024

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Demos buenos frutos

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Cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez

a) Del libro del profeta de Isaías 55, 10-11.

Este fragmento es un lla­mado a la esperanza, el Señor es quien da con ge­nerosidad y solamente es­pera que abramos nuestro corazón. Este mensaje del Segundo Isaías conforta a los judíos desterrados en Babilonia, el profeta utili­za la imagen familiar del sembrador y la semilla en este oráculo de esperan­za. Él invita a los judíos y gentiles, a todos los que es­tán hambrientos o sedien­tos, al gran banquete es­catológico de los tiempos mesiánicos. Asimismo, Je­sús enviará a sus discípu­los a predicar, “vayan y ha­gan discípulos de todos los pueblos”, el Evangelio es la Buena Noticia para to­dos sin excepción.

b) De la carta del Após­tol San Pablo a los Roma­nos 8, 18-23.

Cuando somos bautiza­dos, nuestra muerte es una nueva relación con Dios: somos sus hijos, herederos y hermanos de Jesús, todo esto es posible por la vida del Espíritu, no por el po­der de la Ley. En este texto San Pablo también se ma­ravilla ante la posibilidad de lo que eso significa, al considerar las implicacio­nes del plan de Dios no só­lo para la humanidad si­no para toda la creación, y nos habla de la solidari­dad entre el hombre y lo creado, de nuestra respon­sabilidad de cuidar y pro­teger lo creado.

c) Del Evangelio de San Mateo 13, 1-23.

En este pasaje evangé­lico distinguimos tres par­tes: la Parábola del sem­brador (vv. 3-9), el por qué y la finalidad de las parábolas (vv. 10-17) y la interpretación de la pa­rábola del sembrador (vv.18-23).

Jesús comienza com­parando el Reino de Dios con una siembra aleato­ria y acaba equiparándola a una cosecha espléndida, sin prestar mayor atención a las etapas intermedias de crecimiento y madura­ción. Las cifras que resal­ta: ciento, sesenta y treinta por uno, hablan claramen­te de la plenitud escato­lógica del Reino de Dios que sobrepasa toda medi­da y supera con creces el promedio habitual de una buena cosecha que suele ser del diez por uno.

Aunque aparentemente los primeros resultados ha­blan de fracaso, la eficacia de la Palabra de Dios está ase­gurada, pues la tierra fértil compensa con creces la este­rilidad de las otras parcelas: el camino, el pedregal y las zarzas. El sembrador espar­ce la semilla generosamente confiando en el éxito final. Pero el protagonismo de la parábola no lo tiene el sem­brador sino la simiente jun­to con el terreno en que cae la misma.

El núcleo del evangelio de este domingo es la efi­cacia de la palabra, aun­que condicionada en bue­na parte por los diversos grados de aceptación de  esta por los oyentes; que­dando de manifiesto que el primero y fundamen­tal factor determinante de la salvación es la inicia­tiva de Dios que la ofrece al hombre y el segundo, la respuesta afirmativa o ne­gativa de éste, pues Dios respeta su libertad.

El mismo Jesús nos de­jó una magnífica interpre­tación de la parábola del sembrador en base a las cuatro clases de terreno en que la semilla es arrojada, “la Palabra del Reino” (v. 19): al borde del camino, terreno pedregoso, zarzas y tierra buena.

Debemos preguntarnos qué clase de terreno so­mos nosotros y en particu­lar yo mismo. La respues­ta sincera la debe dar cada uno en base a su vida, en qué medida acojo la pala­bra en mi corazón y la ha­go fructificar.

Fuente: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nues­tro Pueblo.
B. Caballero: En las Fuentes de la Palabra.

Ver publicación en Listín Diario.