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“Mujer, ¡qué grande es tu fe!”

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Cardenal Nicolás De Jesús López Rodríguez

 XX Domingo del Tiempo Ordinario
16 de agosto de 2020 – Ciclo A

a) Del Libro del Profeta Isaías 56, 1.6-7.

Este pasaje pertenece a la tercera parte del Libro de Isaías, comprendida por sus últimos diez capítu­los (56-66), designado Tri­toisaías (tercer Isaías), y que Jesús recordará cuan­do expulse a los mercade­res del templo.

El Profeta nos refiere so­bre aquella comunidad po­bre nacida del exilio, que trata de organizarse conso­lidando las bases de su nue­va existencia: el templo, el culto, el sábado, la ley y plantea la visión del uni­versalismo de la salvación. Los extranjeros son aho­ra igualmente justificados, y pueden servir a Yahvé en el templo. La única condi­ción es guardar el sábado y formar parte de la Alianza adhiriéndose firmemente a ella. La razón que se da de este universalismo cúltico y salvífico es “porque mi casa será llamada casa de ora­ción”. Esta frase se encuen­tra en el frontispicio de mu­chas sinagogas.

b) De la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 11, 13-15.29-32.

Pablo, apóstol de los genti­les, les recuerda que él ha sido elegido por Jesucristo para llevar a cabo una mi­sión a la que no renuncia­rá a pesar de la indiferen­cia de muchos, pues es un convencido de que Cristo, muerto y resucitado se en­tregó a una muerte de cruz por la salvación del todo el género humano que ha al­canzado con su sacrificio, y con su vida misma nos ha revelado al Padre que es ri­co en compasión y miseri­cordia. Se evidencia la uni­versalidad de la salvación, pues a pesar de la infideli­dad del pueblo escogido, a Dios y a su alianza, existe un “resto” que ha hecho po­sible que todos logremos la salvación.

c) Del Evangelio de San Mateo 15, 21-28.

Jesús alaba la fe de una mu­jer cananea: “¡Qué grande es tu fe!: que se cumpla lo que deseas”. Y San Mateo añade: “En aquel momen­to quedó curada su hija”. En este relato la curación se opera a distancia, como en el caso del centurión roma­no de Cafarnaúm.

El mensaje bíblico teo­lógico, se evidencia en que esta mujer le arranca el mi­lagro a Jesús en base a su fe suplicante y su insistencia, confianza y perseverancia; pero, la cuestión de fondo en este pasaje es la univer­salidad de la salvación de Dios para el hombre y aun­que Jesús declara que no ha sido enviado más que a los judíos y se lo recuerda a la mujer cananea, por el desenlace del episodio se ve claro que Jesús no recha­zó la fe dondequiera que la encontraba. De esa actitud de Jesús partió la apertura “católica” (universal) de la Iglesia misionera, desde los comienzos hasta nuestros días.

En base al pasaje de este domingo, las condiciones para pertenecer al Pueblo de Dios no se basan ni en la sangre, ni en la raza, ni en la nación, ni la cultura, el sexo ni la situación social (como afirmó San Pablo en Gálatas 3, 28 y en Colosen­ses 3, 11), sino que la única condición requerida y que no resulta discriminatoria es la fe en Cristo Salvador, el Hijo de Dios.

La base para una buena oración es una fe madura que no entiende la oración como búsqueda egoísta de los favores de Dios. La oración desde la fe es diá­logo con Dios y disponibi­lidad ante Él, es apertura a la fraternidad humana y a los problemas de los que sufren, es alabanza y es también súplica de quien se reconoce necesitado del amor de Dios. Una fe ma­dura requiere una cateque­sis, una evangelización y una conversión continuas que sustituyan la ignoran­cia, el miedo al castigo y en definitiva el desconoci­miento de Jesucristo y su mensaje.