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Domingo XIX del Tiempo Ordinario. Ciclo A. “Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua” “Señor, sálvame”

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Después del milagro de la multiplicación de los panes y de los peces con los cuales había alimentado a la multitud, Jesús nos invita a nosotros, sus discípulos, a verificar nuestra fe. En cada circunstancia estamos llamados a confiar y a dirigir la mirada hacia Él, el Salvador que responde al grito del hombre.

Lo que dice el evangelista Mateo.

Dicen los entendidos en Biblia que, cuando Mateo escribe este relato, la comunidad de la Iglesia en la que él vivía estaba pasando por momentos de desconcierto y desánimo. Arreciaban las persecuciones, muchos cristianos estaban nerviosos y desconcertados porque la segunda venida del Señor no acababa de llegar y, en consecuencia, la fe primera, fuerte y vigorosa, se estaba debilitando y muriendo.

Mateo ve en esta situación de la Iglesia de su tiempo mucho parecido con lo que les pasó a los discípulos en aquella famosa madrugada, después de la multiplicación de los panes. También nosotros podemos pensar que la situación en la que se encontraba la primitiva Iglesia, cuando Mateo escribe su evangelio, no es muy distinta de la situación en la que se encuentra nuestra Iglesia de hoy. El mar en el que navega hoy nuestra iglesia es un mar hostil y los vientos que hoy soplan más fuertes en nuestra sociedad son vientos que intentan hundir la barca de nuestra fe.

La actitud de Pedro es verdaderamente paradigmática. En ella se personifica y simboliza todo caminar hacia Jesús. Un caminar que no está exento de dudas (28, 17; Rom 14, 1.23) porque, junto a la certeza y seguridad absolutas que la palabra de Dios garantiza, está el riesgo de salir de uno mismo hacia lo que no vemos. Sólo una fe perfecta, como la de Abraham, supera el riesgo humano en la seguridad divina. El riesgo de la fe está precisamente en que a nuestros pies les falta la arena… y entonces nos vemos suspendidos en el vacío.

Pedro representa a cada hombre: cuando la mirada esta fija en Cristo y la fe es obediente abandono, entonces en la confianza se puede avanzar. Por el contrario, la mirada encerrada en sí misma y en las dificultades, en la presunción de bastarse a sí mismos, determina la prevalencia del miedo y, nos podemos ahogar.

Entonces el único grito apropiado es el lanzado por Pedro: «Señor, sálvame». Acudir a Jesús convencidos de lo que significa y realiza su nombre: «salvador» (1, 21). Lo importante es saber gritar como Pedro: «Señor, sálvame». Saber levantar hacia Dios nuestras manos vacías, no sólo como gesto de súplica sino también de entrega confiada de quien se sabe pequeño, ignorante y necesitado de salvación.

Es un grito de oración al cual responde la potencia de Dios que salva. El ingenio del hombre no es suficiente para encontrar al Señor, el miedo ahoga al hombre, la ilusión de tener todo en sus manos se derrumba miserablemente; sólo la humildad de la fe puede salvar, y, de hecho, salva.

La escena del evangelio de hoy parece más bien un relato de aparición del Resucitado más que un hecho de la vida pública de Jesús. Es posible que la escena esté fuera de lugar. Pero lo mismo da. La escena tiene un sentido muy claro, y nos aporta una reflexión muy útil: la barca va avanzando en la oscuridad de la noche, a veces con dificultad, pero el Señor siempre está cerca, aunque no lo parezca.

La primera lectura es emblemática. El Dios del AT, que la misma carta a los hebreos tipifica como Dios de fuego y tempestad (12. 18ss), aquí se define como todo lo contrario. Al profeta Elías, que huye de Jezabel y que quería arrasar el reino pecador, Dios se le manifiesta lejos de las fuerzas atemorizadoras de la naturaleza: viene en el susurro, es el Dios de la confianza.

Elías, el celoso profeta de la fidelidad ante Dios, fue un personaje que caló muy profundamente en el alma de los israelitas. El Antiguo Testamento le reviste de un prestigio que revela la impresión que causó este gran hombre de Dios en sus contemporáneos. Con exquisitez, con delicadeza, se nos narran sus gestas en favor del Dios verdadero. El esfuerzo constante que le costó persecuciones y le llevó al más hondo de la noche espiritual.

Es, dirá el salmo responsorial con que oramos a continuación, un Dios que anuncia la paz, que está cerca para salvar, que lleva la fidelidad y el amor, la justicia. Jesús, al comenzar la escena evangélica, sube a la montaña a orar, a vivir en profundidad su unión con este Dios. Y después a los discípulos de la barca, se les mostrará como la presencia cercana del Dios que invita a la confianza en todas las ocasiones.

La segunda parte de la escena evangélica con el empuje de Pedro que quiere ir hacia Jesús y luego su miedo que le lleva a hundirse, se encuentra sólo en el evangelio de Mateo. Mateo, como es sabido, tiene interés en mostrar cómo debe ser el nuevo pueblo de los seguidores de Jesús y toma, más de una vez la figura de Pedro como símbolo de este nuevo pueblo.

Reconocerle, confesando lo que es en realidad. Para Mateo, ese “soy yo”, dicho en medio del mar, es proclamación de la identidad divina. Es la fórmula con que se reveló Dios a Moisés, y después a Israel, en el curso de una aventura histórica en la que el mar había jugado el papel que es conocido, mostrando a su manera la omnipotencia de Yahvé-Yo soy.

A Dios se le debe buscar, porque allí se revela él y allí se le encuentra, sin sensacionalismos, sin acontecimientos espectaculares: en la labor diaria bien y puntualmente cumplida, en la sencillez de una vida que cumple la misión que Dios le ha encomendado, en la vida normal de quien ha encontrado su vocación y la realiza en quien lucha día a día por el cumplimiento de la justicia, aunque sea con una labor ignorada, oculta, callada, pero eficaz. Porque Dios está en “el susurro apacible”.

La primera lectura nos presenta hoy, pues, toda una catequesis sobre cómo y dónde se revela Dios y, por tanto, cómo y dónde encontrarle; es muy importante este texto de hoy, teniendo en cuenta que vivimos en una sociedad que prefiere el sensacionalismo fácil y la extravagancia sistemática a la hora de ponerse en la búsqueda de Dios.

La oración, el miedo y la confesión de la fe.

Y aún, antes de terminar este comentario, apuntemos otros tres aspectos importantes. En primer lugar, miremos a Jesús que ora en la montaña. ¡Que el ejemplo del Señor aumente el deseo de dedicarnos asiduamente a la oración! Un ejemplo y un mandato de Jesucristo. Una oración que se en raicé en el mismo hecho de ser hijos en el Hijo. La oración como hábito de diálogo con Dios. Y como elemento responsable del sacerdocio ministerial y del de los fieles en tanto que tienen la misión de interceder por todo el mundo.

“La barca” simboliza a la comunidad de discípulos y a las comunidades cristianas posteriores. “El viento contrario” representa la resistencia de los discípulos y de los cristianos en general a aceptar el mesianismo de Jesús, cambiándolo por las ideas triunfalistas de un sensacional éxito humano, según el cual Jesús sería un líder indiscutible de multitudes.

Han interpretado el signo de los panes y de los peces como una acción extraordinaria de Jesús y no como un efecto de su entrega personal a la voluntad del Padre, norma de vida para sus discípulos si lo quieren ser de verdad. “La orilla” a la que les envía Jesús -según Mateo y Marcos- es figura de los países paganos, a los que deben ir a comunicar el mensaje del Maestro.

Pero ellos aún no han entrado en la óptica del reino de Dios; más aún: tienden a confundirlo con sus esquemas humanos. Por eso no han sentido la necesidad de orar, se creen autosuficientes, y el viento que cae sobre ellos pondrá en evidencia la distancia entre sus puntos de vista y los del reino expresados por Jesús. Con esas actitudes es imposible que progrese el reino.

El relato se articula en torno a dos puntos centrales: 1.°, Jesús se manifiesta como Dios, como dueño de los elementos; 2.°, el grado de fe de los discípulos, especialmente de Pedro, y después, su profesión de fe común: Realmente eres Hijo de Dios.

Sólo Mateo refiere la marcha de Pedro sobre las aguas.

Los otros dos evangelistas que narran el mismo episodio, Marcos y Juan, únicamente refieren la marcha sobre las aguas de Jesús. La petición de Pedro revela su fe y, al mismo tiempo, la insuficiencia de su confianza; quiere ir al encuentro de Jesús, pero quiere ser llevado por el mismo Jesús, como signo evidente de que es realmente él y no otro: “Si eres tú, mándame ir a ti andando sobre el agua”.

El que ora de verdad va alimentando su vida de fe, va echando raíces en Dios. La oración le da ojos para conocer a Jesús y descubrirle en todo, incluso en medio de las dificultades, del sufrimiento y de las pruebas: «Verdaderamente eres Hijo de Dios». La falta de oración, en cambio, hace que se sienta a Jesús como un «fantasma», como algo irreal; el que no ora es un hombre de poca fe, duda y hasta acaba perdiendo la fe.