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San Agustín, Hipona. Obispo y Doctor eximio de la Iglesia

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¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé!

Aurelio Agustín nacio en Tagaste (Argelia), hoy Suk-arrás (13 nov. 354). Su padre, Patricio, era pagano, aunque a la hora de la muerte se hizo bautizar. Su madre, S. Mónica, ejerció sobre el niño una influencia decisiva. Cursó estudios en Tagaste, Madaura y Cartago. A los 17 años se procuró una concubina, y de ella tuvo el año siguiente un hijo (Adeodato).

La lectura del Hortensio, de Cicerón, despertó en él la vocación filosófica. Fue maniqueo puritano desde los 19 años hasta los 29. Decepcionado por los maniqueos, fue a Roma (383), abrió escuela de elocuencia y se entregó al escepticismo académico. Al año siguiente ganó la cátedra de Retórica de Milán.

En Milán acudió a escuchar los sermones de S. Ambrosio, el cual le hizo cambiar de opinión acerca de la Iglesia, de la fe, de la exégesis y de la imagen de Dios.

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La conversión del corazón sobrevino poco después (septiembre 386), de un modo inopinado, haciéndose al mismo tiempo cristiano y monje, influido por un ideal de perfección.

Deseoso de ser útil a la Iglesia, volvió a África y comenzó a planear una reforma de la vida cristiana. Tres años más tarde (391) fue ordenado presbítero en Hipona, hoy Bona, para ayudar a su anciano obispo Valerio; éste en el 396, le consagró obispo, y muriendo al año siguiente, Agustín le sucedió en la sede episcopal. Bajo su orientación, la Iglesia africana, derrotada, recobró la iniciativa.

Los vándalos sitiaron su ciudad y tres meses después (28 agosto 430, día en que se celebra su fiesta) murió en pleno uso de facultades y de su actividad literaria. Era de constitución fuerte y sana, como lo demuestran sus actividades, trabajos, viajes y serena ancianidad. Sus enfermedades se debieron a excesos de fatiga, ascesis y apostolado.

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La ilusión de su vida fue la «verdad» para todos los hombres. Pendiente de su circunstancia, vivió luchando, aunque era de carácter manso y apacible. Convirtió su pequeña diócesis en corazón de la cristiandad. Sus restos mortales descansan en Pavía. El arte lo representa con traje de obispo o de monje, llevando en la mano un libro, un corazón o una iglesia.

Pensamiento de San Agustín

La característica interna propia del pensamiento de Agustín de Hipona es el carácter de converso que manifiesta en todo momento: es a partir de la fe que todo ha de explicarse; la fe, que no requiere justificación alguna exterior a ella misma, es el fundamento natural de la razón, débil por el pecado. Por eso, proclama el lema Credo ut intelligam: creo para entender, que dominará durante la primera parte de la posterior filosofía medieval.

Agustín es un hombre antiguo, no medieval, ni moderno, si bien es siempre actual. Su vocación o misión consistió en recoger, coordinar, asimilar y transmitir dos culturas, la grecorromana y la judeocristiana. Lo realizó tan perfectamente, que se constituyó en genio de Europa. Existe una tendencia a considerar todos los movimientos europeos como «agustinismo» (Przywara). Marcó una nueva ruta al pensamiento.

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Fue católico, maniqueo, escéptico, neoplatónico, otra vez católico; filósofo y teólogo, siempre en actitud integral. Leyó a los platónicos con ojos cristianos y a los cristianos con ojos platónicos; a todos los asimiló e interpretó a su propio modo.

Fue el primer filósofo que renunció al cosmologismo u objetivismo helénico exclusivista, para implantar un subjetivismo cristiano irreducible, proclamando la supremacía del espíritu humano frente a la Naturaleza; pero fue el primer cristiano que presentó la «imagen de Dios» como una cabeza de puente de Dios, en la que todos los hombres coinciden; fue el primer filósofo que adaptó una teología racional a los tres problemas radicales la existencia, la verdad, el ser y el bien; y casi el primer teólogo que confió en una filosofía crítica, frente a los dogmatismos y fideísmos ilusorios, considerando el entendimiento como revelación natural.

Su obra podría definirse como antropología teológica y, en ese sentido, podría hablarse de humanismo cristiano. La condición humana es punto de partida, incluso para demostrar la existencia de Dios.

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La santidad de Agustín

Agustín declaraba su fe en la santidad de la Iglesia: la Iglesia es santa en su doctrina y sus sacramentos, como cuerpo de Cristo, y en las obras y virtudes de sus miembros. Esta santidad es sólo una preparación para otra que será más completa.

Pero la razón principal de su santidad es el Espíritu Santo, la verdadera alma de la Iglesia, porque «el amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo hace de muchas almas una sola, y de muchos corazones un solo corazón».

El Espíritu Santo actúa en la Iglesia a través de numerosos carismas, de modo que «si quieres vivir en el Espíritu, mantente en el amor, ama la verdad, desea la unidad, y de este modo alcanzarás la eternidad» . Agustín habla de una Iglesia invisible dentro de la visible. La Iglesia visible incluye a todos los cristianos, los buenos y los malos.

Agustín pone su visión filosófica neoplatónica al servicio de su pensamiento teológico, como en la noción de la Iglesia visible y de la Iglesia invisible, basada en la idea de la visibilidad del cuerpo y la invisibilidad del alma: los cristianos que sirven al mundo en una vida de pecado son miembros visibles de la Iglesia, pero no pertenecen a «la unión (compago) invisible de la caridad»; gozan de la comunión de los santos, pero sólo los justos constituyen «la congregación y sociedad de los santos».