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Orígenes del Santo Rosario

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Los autores de la oración del rosario son cuatro, y todos eximios: Jesús, el arcángel San Gabriel, la prima de María, Isabel y la Iglesia. Entre todos han compuesto una oración contemplativa que nos traza las virtudes evangélicas de Jesús, de José y de María: el Redentor y la Corredentora, a la vez que invoca y glorifica a la Santa Trinidad, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. El rosario es pues, una oración evangélica porque saca del evangelio el anuncio de los misterios y las fórmulas principales.

El rosario es una oración familiar, amena y bella, porque cuando rezamos el rosario tejemos guirnaldas de rosas, creamos un delicioso jardín que se armoniza con la Liturgia, ya que se nutre de la Escritura y, como ella, gravita en torno al misterio de Cristo. En el Rosario nos encontramos en el corazón del Evangelio: “¡pedid y se os dará…”! (Mt 7,7). Jesús, que pasa noches en oración (Lc 6,12), nos dice: “Lo que pidáis al Padre en mi Nombre, os lo concederá” (Jn 14,13); «esta clase de demonios sólo se lanza con oración y ayuno» (Mc 9,18).

Orígenes: “En el edificio de la Iglesia conviene que haya un altar, y son capaces de llegar a serlo los que están dispuestos a dedicarse a la oración, para ofrecer a Dios día y noche sus intercesiones y a inmolarle las víctimas de sus suplicas. Como los apóstoles que perseveraban unánimes en la oración y oraban concordes con una misma voz y un mismo espíritu” (Homilía en la Dedicación de la Iglesia).

La oración es necesaria, es fuente de conocimiento no teórico, sino sapiencial; es fuente de energía, es fuente de alegría, y es fuente de conversión diaria. Por eso María y la Iglesia nos entregan este modo sencillo de orar: el Rosario.

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Felipe II, moribundo, dijo a su hijo: «Si quieres que tus Estados prosperen no olvides el rezo del Santo Rosario». Y dice Lacordaire: «El amor no tiene mas que una palabra y, diciéndola siempre, no la repite nunca». A San Antonio Claret le dijo la Virgen: «Antonio, predica el Rosario que es la salvación de España».

Preguntó Lucía a la Virgen en Fátima: “¿Francisco irá al cielo?…” Y la Virgen respondió : “Sí… Pero ha de rezar muchos rosarios”. Al final de una misión, dijo un feligrés al padre misionero: «He hecho un propósito: Clavar un clavo en la cocina… Sí, y colgar allí el Rosario para rezarlo cada día».

En el siglo XVI, año 1571, amenazaban los turcos invadir Chipre, para desde allí conquistar Creta y saltar a Grecia, llegar a las costas de África y terminar en las playas de Roma. Con ello el Islam enarbolaría el estandarte de Mahoma en el mismo corazón de la cristiandad. San Pío V organizó una flota con sus Estados, Venecia y España, La Liga Santa, capitaneada por D. Juan de Austria. Y pidió a toda la Iglesia que rezara el Santo Rosario.

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La batalla se desencadenó en el golfo de Lepanto: trescientas galeras mahometanas contra la armada cristiana: tronaba el cañón, las gabarras descargaban su metralla, las bombardas disparaban contra las embarcaciones, las naves embestían, el humo cegaba y casi oscurecía el sol, las aguas se teñían de sangre… las voces subían clamorosas al cielo rezando el Rosario. Pío V contempló misteriosamente la victoria mientras rezaba asomado a una ventana del Vaticano. Este éxito fue el origen de la fiesta del Rosario: dar gracias a Dios por esta victoria.

En el siglo XIX, 11 de febrero de 1858, la Virgen en Lourdes le pide a Bernardette que rece el rosario. En el siglo XX, en 1917, cuando Lenín y Trostki declaran en Rusia la revolución bolchevique, e implantan un Estado materialista y ateo, el 13 de mayo de ese mismo año, pide la Virgen en Fátima a tres niños que recen el rosario y promete que Rusia se convertirá.

Siglo XX. El 16 de octubre de 1979 los cardenales eligen en Roma un Papa polaco. El Kremlin tembló. Armaron el brazo de Alí Agca, y el 13 de mayo, día de la Virgen de Fátima, caía Juan Pablo II en la plaza de San Pedro. Andropov, al frente de la KGB, tenía como subalterno a Gorbachov, quien ahora le ha dicho a Juan Pablo II, que aprecia mucho sus oraciones. Para todos, incluso para los observadores más perspicaces, es inexplicable la caída, en cuatro meses, del marxismo… Para todos los que ignoran la profecía de Fátima, en cambio ha dicho el cardenal de Cracovia, Mons. Marchaski: «para nosotros no es inexplicable. Hace años que venimos orando».