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El Rosario en el Magisterio Pontificio

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De san Pío V, proveniente de la orden dominica y denominado “primer papa del rosario”, el escribió una importante bula que se llama Consueverunt. Recordemos también la bula Salvatoris Domini (1572), con ocasión de la victoria de Lepanto, que instituyó la fiesta litúrgica como recuerdo de tal victoria. Su sucesor, Gregorio Xlll, con la bula Monet Apostolus, instituyó la fiesta solemne del rosario, introduciéndola en el calendario litúrgico en el primer domingo de octubre.

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La doctrina de Pío V se puede sintetizar así: a) necesidad de la oración para superar las dificultades de la guerra y otras calamidades; b) el rosario, inventado por santo Domingo, es un medio sencillo al alcance de todos, c) tal medio se ha revelado de gran eficacia contra las herejías y los peligros para la fe y ha obrado grandes conversiones, d) recomienda encarecidamente el rezo del rosario a todo el pueblo cristiano.

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A León Xlll se le puede llamar merecidamente “papa del rosario”, igual que a Pío V. Llevan su firma 12 cartas encíclicas y dos cartas apostólicas, que desarrollan con suma doctrina los temas del rosario. Nace en este periodo la práctica de consagrar el mes de octubre a esta oración, “distintivo honorífico de la piedad cristiana”, “la más agradable de las oraciones”; además el rosario “es como un mosaico de nuestra fe y compendio del culto que se le tributa (a la Virgen)”.

Con agudeza León XIII ve en el rosario “una manera fácil de hacer penetrar e inculcar en las almas los dogmas principales de la fe cristiana”. Mirando a los males de la sociedad, el papa de la Rerum novarum anima e invita a hacer esta oración para superar la aversión al sacrificio y al sufrimiento, poniendo la propia fe y la mirada en los padecimientos de Cristo.

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Las intervenciones de Pío X y de Benedicto XV revisten un tono menor. Pío XI con la encíclica Ingravescentibus malis (20 de septiembre de 1937), invita a rezar a la reina del cielo en la hora de peligros que amenazan al mundo, utilizando la oración del rosario, que entre las oraciones a la Virgen “ocupa el primer puesto”, y es validísimo instrumento para suscitar las virtudes evangélicas, para nutrir la fe católica, para reavivar la esperanza y la caridad.

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Pío XII escribió sobre el rosario una encíclica y ocho cartas, sin contar numerosísimos discursos. El rosario es “síntesis de todo el evangelio, meditación de los misterios del Señor, sacrificio vespertino, corona de rosas, himno de alabanza, oración de la familia, compendio de vida cristiana, prenda segura del favor celeste y de la esperada salvación”.

Más solemnemente, en la encíclica Ingruentium malorum (1951), afirma: “Porque, si bien puede conseguirse con diversas maneras de orar (la ayuda de la Virgen), sin embargo, estimamos que el santo rosario es el medio más conveniente y eficaz, según lo recomienda su origen, más celestial que humano, y su misma naturaleza…

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Juan XXIII honró de modo constante el rosario. Éste se revela en su vida como un componente esencial de su espiritualidad, según las revelaciones de Diario del alma. Explicó su magisterio sobre el rosario reiteradamente, en encíclicas y discursos. Entre las primeras recordemos Grata recordatio (1959), en la que se recomienda la devoción del mes de octubre.

El papa recuerda que “el rosario es oración para obtener la paz, defensa y alimento de la fe”. Sobre el rosario como oración para obtener la paz insiste el papa en la exhortación apostólica Recurrens mensis october (1969): “Meditando los misterios del rosario aprenderemos, siguiendo el ejemplo de María a convertirnos en almas de paz, por mediación del contacto amoroso e incesante con Jesús y con los misterios de su vida redentora”.

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La exhortación apostólica de Pablo Vl, la Marialis cultus (1974), hablará ampliamente del rosario. En ella se recuerdan los elementos esenciales constitutivos de tal oración: a) la contemplación de una serie de misterios de la salvación distribuidos sabiamente en tres ciclos; b) la oración del Señor, o Padrenuestro, que por su inmenso valor es base de la oración cristiana; c) la sucesión litánica de las Avemarías en número fijado por la tradición; d) la doxología Gloria al Padre, que cierra esta devoción con la glorificación de Dios uno y trino.

El rosario es al mismo tiempo, en virtud de sus elementos constitutivos, plegaria que alaba, implora y adora. El rosario, además, da origen a otros ejercicios de piedad e inspira formulaciones nuevas de oración como “celebraciones de la palabra”, en las que se desarrollan de manera homilética y meditativa más difusa algunas de sus partes.

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Juan Pablo II sorprendía al mundo cuando, poco después de ser elegido, decía a los fieles en la plaza de San Pedro: “EI rosario es mi oración predilecta” (29 de octubre de 1978).

Desde esta convicción se explican las múltiples alabanzas que en las más variadas ocasiones ha realizado sobre esta forma de oración: “Es una escala para subir al cielo” (29 de abril de 1979), “la oración mental y vocal son las dos alas que el rosario ofrece a las almas cristianas” (en la beatificación de J. D. Laval y F. Coll, el 29 de abril de 1979); “es unión familiar con la Virgen y su misión en la historia de la salvación” (al Congreso internacional mariano de Zaragoza, 12 de octubre de 1979); “es la oración mariana más sencilla y humilde, pero no por eso menos llena de contenidos bíblicos” (21 de octubre de 1979), “el rosario lentamente meditado en familia, en comunidad, individualmente, os hará entrar poco a poco en los sentimientos de Cristo y de su madre evocando todos los acontecimientos que son la clave de nuestra salvación” (5 de mayo de 1980), etc.

“Esa oración que María reza con nosotros se llama el rosario. Es nuestra oración predilecta. Se la dirigimos a ella, a María. Pero no olvidemos que, al mismo tiempo, el rosario es nuestra oración con María… Venimos aquí para rezar con María, para meditar junto con ella los misterios que ella, como madre, meditaba en su corazón (Lc 2,19). Esta oración de María, este rosario, es precisamente así, porque desde el principio ha estado invadido por la lógica del corazón. En efecto, la madre es corazón. Y la oración se formó en ese corazón mediante la experiencia más espléndida: mediante el misterio de la encarnación”.