Vie. Abr 26th, 2024

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II Domingo de Adviento. Ciclo B (Profeta Isaías y Precursor San Juan Bautista)

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El primer anuncio que hoy hemos escuchado ha sido de confianza. En verdad que a todos nos hace falta un toque de confianza, en este mundo en que vivimos, envueltos muchas veces en la angustia y la preocupación.

Un pregón de consuelo, una invitación a la esperanza. ¿Cuál es el motivo? El centinela anuncia “la llegada”. El centinela se llama Isaías, y nos dice: aquí está nuestro Dios. El centinela se llama Juan el Bautista, y su mensaje dice: el Salvador que Dios envía está llegando, y se llama Jesús de Nazaret. Es lo que anuncia el evangelio.

Pero tanto Isaías como el Bautista no han pronunciado sólo palabras de consuelo. Nos han llamado a la conversión: “preparad los caminos para el Señor que viene…” La espera del Señor no es una actitud pasiva y conformista. Es una espera activa, llena de energía. Es la espera del que camina ya hacia la persona que viene.

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Si la llamada del domingo pasado se podía resumir en el slogan: “Vigilad”, la de hoy se puede sintetizar con otra consigna también clara y enérgica: “convertíos”. Al inicio de la lectura del evangelio de hoy habrán notado una cierta solemnidad: “Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”. Era, efectivamente, el inicio del evangelio de Marcos que iremos leyendo casi siempre durante todo el ciclo litúrgico que inauguramos el domingo pasado.

Hemos vuelto a leer un fragmento de Isaías. Todos recordamos aquellas palabras suyas: “Que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen”. Después las repetirá Juan el Bautista. Son nuestros grandes pedagogos del tiempo de Adviento.

El Adviento es un tiempo que dispone al espíritu humano a lo nuevo, a recibir la novedad evangélica. Es tiempo de expectativa ante lo que va a nacer, ante el alumbramiento de un desarrollo, de un resurgir del pueblo, de un alzar la cabeza. Es tiempo que hace presente lo perennemente nuevo; esa primavera ininterrumpida que proporciona al olmo viejo de la sociedad una savia nueva, unas hojas reverdecidas.

Toda la liturgia de hoy está llena de pregones de anuncios, de noticias inesperadas y nuevas. La imagen del “desierto” aparece en la primera lectura y en el evangelio y en ella se compendia el mensaje litúrgico de este domingo de adviento.

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En el exilio babilónico, a punto ya de que se acabe, un voz grita: “Preparad en el desierto un camino al Señor” (primera lectura). En el evangelio la voz que así grita es la de Juan Bautista, el precursor del Mesías, cuya venida está ya cerca. También en el “desierto” el hombre habrá de prepararse para la grande venida última del Señor, en la que “esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva, en que habite la justicia” (segunda lectura).

La primera lectura es del “segundo Isaías”, su comienzo, que se abre con ese famoso grito: “consuelen a mi pueblo”. El pueblo estaba en el exilio, abandonado a su soledad y a su suerte, sin profetas, sin sacerdotes”… Una voz grita la necesidad de abrir un camino por el desierto, un camino que será de retorno a la tierra patria, “un nuevo éxodo” (cfr Is 43, 14-19).

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En la segunda lectura Pedro da consejos varios a la comunidad. Utiliza la imagen del “la venida del Señor como la del ladrón”, y de las catástrofes que ocurrirán con esa venida, muy del gusto de los tiempos apocalípticos, pero que no podemos tomar al pie de la letra, ni siquiera “al pie de la imagen”. Sencillamente, el Señor no juega a “ladrones y policías”, ni juega a sorprender a nadie, ni nadie, aunque le sorprenda una muerte imprevista, se verá juzgado por Dios “aprovechando la sorpresa”.

La figura del evangelio de hoy es Juan Bautista. Cuando apareció en el desierto de Judá, Jesús lo identificó con el gran profeta Elías: aquél que hizo bajar fuego del cielo para demostrar que su Dios era el verdadero y acabar con los sacerdotes de Baal; y que más tarde prometió la lluvia que pondría fin a una trágica sequía de tres años. Elías se fue con Dios, arrebatado por un carro de fuego. Y a partir de su extraña desaparición, en el pueblo sencillo cundió el rumor de que volvería antes de la venida del Mesías. Jesús puso término a aquel plazo sin fin. Elías había vuelto: era Juan Bautista.