Sáb. Oct 12th, 2024

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“Fiesta del Bautismo del Señor”

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Cardenal Nicolás De Jesús López Rodríguez

Los evangelios sinópticos na­rran la esce­na del bautis­mo de Jesús. El bautismo por inmersión en el agua no fue invento de Juan Bautista, sino que era practicado por los ju­díos como rito de purifica­ción, y adquirió un relieve especial entre los esenios que vivían comunitaria­mente en Qumrán, a ori­llas del Mar Muerto; entre ellos el bautismo era signo de un firme compromiso de servir a Dios con plena fidelidad. La originalidad del bautismo de Juan fue su intención penitencial y anticipo del bautismo cris­tiano, que es realizado ba­jo fórmula trinitaria para señalar que somos hijos amados, elegidos y prefe­ridos del Dios uno y trino.

a) Del libro de Isaías 42, 1-4.6-7.

En este primer cantico, se presenta al Siervo del Se­ñor realizando una mi­sión doble y trascenden­tal, por un lado, renovar la alianza hecha con Israel en el Monte Sinaí y, por otro, repatriar a los exilia­dos y establecer la verda­dera religión en medio de las naciones paganas. El Siervo tiene un don espe­cial del Espíritu para rea­lizar su misión. Encarnará en su persona los tres ofi­cios principales en medio del pueblo: rey, sacerdo­te y profeta, pero en ma­ravilloso contraste con quienes los ejercían en su tiempo. Él transformará el corazón de las personas, volcándose en amor ha­cia los marginados y lle­vando a cabo la verdade­ra revolución querida por Dios con las armas de la paz. Sobre él ha sido de­rramado el Espíritu, que le habilita para una mi­sión: ser Alianza y luz, y obrar una liberación.

b) Del libro de los Hechos de los Apóstoles 10, 34-38.

Pedro, testigo elocuen­te del obrar de Jesús des­de su Bautismo, su muer­te y resurrección, anuncia el Evangelio, por prime­ra vez a una familia paga­na en Cesarea, en casa de Cornelio, donde se produ­jo la primera conversión de gentiles como fruto de la exposición kerigmáti­ca y en la que hizo énfa­sis de la misión de Jesús, el verdadero Siervo del Señor, anunciado en el li­bro de Isaías. Pedro conti­nuó su hermosa catequesis a aquellos paganos hasta que el Espíritu Santo ba­jó sobre todos los oyentes. Entonces ordenó que los bautizaran invocando el nombre de Jesucristo.

c) Del Evangelio de San Marcos 1, 7-11.

Marcos narra el bautis­mo de Jesús y muchos se preguntan si Jesús debía bautizarse siendo el Hi­jo de Dios, concebido sin pecado. La respuesta es obvia, no tenía necesidad de hacerlo, sin embargo, no podemos olvidar que la misión de Juan el Bau­tista era preparar al pue­blo judío para acoger al esperado Mesías. Con su solicitud Jesús viene a re­frendar la autoridad del Profeta y Precursor, y ele­va la categoría de este ri­to purificador. Por otra parte, hay que tener en cuenta que el judaísmo oficialista, enquistado en Jerusalén, siempre vio con recelo cualquier mo­vimiento que se les podía escapar de las manos, co­mo efectivamente suce­dió con Juan, cuya figura austera y penitente indu­jo al pueblo judío a pen­sar que era el Mesías. El sacramento del Bautismo tiene una grandeza ad­mirable. Dios comienza su diálogo con nosotros amándonos y ofrecién­donos su gracia y salva­ción por Jesucristo. De este don y amor primeros ha de nacer en nosotros una respuesta agradecida y de la misma tonalidad: amor y entrega a Dios y a los hermanos en la Iglesia a la que somos incorpo­rados, y en el mundo en que vivimos.

Al recordar el Bautis­mo de Jesús, asumamos libre y gozosamente nues­tra condición de bautiza­dos y creyentes, configura­dos con Cristo en su estilo de vida, en su mentalidad y en su doctrina. Mostre­mos al mundo desilusiona­do el rostro esperanzador de Dios.