“Fiesta del Bautismo del Señor”
3 min readCardenal Nicolás De Jesús López Rodríguez
a) Del libro de Isaías 42, 1-4.6-7.
En este primer cantico, se presenta al Siervo del Señor realizando una misión doble y trascendental, por un lado, renovar la alianza hecha con Israel en el Monte Sinaí y, por otro, repatriar a los exiliados y establecer la verdadera religión en medio de las naciones paganas. El Siervo tiene un don especial del Espíritu para realizar su misión. Encarnará en su persona los tres oficios principales en medio del pueblo: rey, sacerdote y profeta, pero en maravilloso contraste con quienes los ejercían en su tiempo. Él transformará el corazón de las personas, volcándose en amor hacia los marginados y llevando a cabo la verdadera revolución querida por Dios con las armas de la paz. Sobre él ha sido derramado el Espíritu, que le habilita para una misión: ser Alianza y luz, y obrar una liberación.
b) Del libro de los Hechos de los Apóstoles 10, 34-38.
Pedro, testigo elocuente del obrar de Jesús desde su Bautismo, su muerte y resurrección, anuncia el Evangelio, por primera vez a una familia pagana en Cesarea, en casa de Cornelio, donde se produjo la primera conversión de gentiles como fruto de la exposición kerigmática y en la que hizo énfasis de la misión de Jesús, el verdadero Siervo del Señor, anunciado en el libro de Isaías. Pedro continuó su hermosa catequesis a aquellos paganos hasta que el Espíritu Santo bajó sobre todos los oyentes. Entonces ordenó que los bautizaran invocando el nombre de Jesucristo.
c) Del Evangelio de San Marcos 1, 7-11.
Marcos narra el bautismo de Jesús y muchos se preguntan si Jesús debía bautizarse siendo el Hijo de Dios, concebido sin pecado. La respuesta es obvia, no tenía necesidad de hacerlo, sin embargo, no podemos olvidar que la misión de Juan el Bautista era preparar al pueblo judío para acoger al esperado Mesías. Con su solicitud Jesús viene a refrendar la autoridad del Profeta y Precursor, y eleva la categoría de este rito purificador. Por otra parte, hay que tener en cuenta que el judaísmo oficialista, enquistado en Jerusalén, siempre vio con recelo cualquier movimiento que se les podía escapar de las manos, como efectivamente sucedió con Juan, cuya figura austera y penitente indujo al pueblo judío a pensar que era el Mesías. El sacramento del Bautismo tiene una grandeza admirable. Dios comienza su diálogo con nosotros amándonos y ofreciéndonos su gracia y salvación por Jesucristo. De este don y amor primeros ha de nacer en nosotros una respuesta agradecida y de la misma tonalidad: amor y entrega a Dios y a los hermanos en la Iglesia a la que somos incorporados, y en el mundo en que vivimos.
Al recordar el Bautismo de Jesús, asumamos libre y gozosamente nuestra condición de bautizados y creyentes, configurados con Cristo en su estilo de vida, en su mentalidad y en su doctrina. Mostremos al mundo desilusionado el rostro esperanzador de Dios.