Sáb. Jul 27th, 2024

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Domingo III de Cuaresma. Ciclo B. “No conviertan en un mercado la casa de mi Padre»

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La Cuaresma de este año, además de orientarnos claramente hacia la vivencia de la Pascua, lo hace insistiendo en un tema importante: la Alianza. La Alianza que Dios ha realizado en Cristo, y que él quiere que en la Pascua de este año de gracia.

En nuestro caminar hacia la Pascua, este domingo tercero de la Cuaresma nos plantea un tema fundamental  para nuestra vida  cristiana: ¿Qué lugar ocupa Dios en  mi vida? Ya estamos en el tercer domingo de Cuaresma. Pensemos en nuestra renovación pascual. En las direcciones de nuestra conversión. Pensemos también en el sacramento de la Reconciliación, que tiene particular sentido en la cercanía de la Pascua.

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Es un Dios liberador personal. Dios se presenta a su pueblo como el Señor que libera y, por tanto, esa Ley, que es como la constitución que Dios propone a su pueblo, no es una Ley para esclavizar, sino una Ley para liberar. El camino cristiano es siempre un camino hacia la libertad.

A lo largo de estas semanas de Cuaresma, la IgIesia nos invita a reflexionar sobre la alianza de Dios con los hombres. Esta alianza tuvo varias etapas o estadios: ya hemos reflexionado sobre la realizada con Noé y con toda la humanidad; después, con Abraham y con el pueblo semita; hoy nos encontramos con la tercera etapa: la alianza del Sinaí con Moisés y con las tribus hebreas.

El Evangelio del tercer domingo de Cuaresma tiene como tema el templo. Jesús purifica el antiguo templo, expulsando del mismo, con un látigo de cuerdas, a vendedores y mercaderías; entonces se presenta a sí mismo como el nuevo templo de Dios que los hombres destruirán, pero que Dios hará resurgir en tres días.

El hombre moderno no comprende los mandamientos; los toma por prohibiciones arbitrarias de Dios, por límites puestos a su libertad. Pero los mandamientos de Dios son una manifestación de su amor y de su solicitud paterna por el hombre. «Cuida de practicar lo que te hará feliz» (Dt 6, 3; 30, 15 s): éste, y no otro, es el objetivo de los mandamientos.

Los mandamientos no son límite, sino clave para ser feliz. Jesús resumió todos los mandamientos, es más, toda la Biblia, en un único mandamiento, el del amor a Dios y al prójimo. «De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas» (Mt 22, 40). Tenía razón San Agustín al decir: «Ama y haz lo que quieras». Porque si uno ama de verdad, todo lo que haga será para bien. Incluso si reprocha y corrige, será por amor, por el bien de otro.

El templo había remplazado a la Tienda del Encuentro, el lugar en donde la gloria del Señor (shekinah) se  manifestaba (Ex. 25,22) pero seguía siendo el espacio en donde podían acercarse más a Dios.  A Jesús, lo devoraba el celo por la casa del Señor, como dice el salmo 69, y por ello quiso purificarlo, expulsar a los mercaderes.

Pero a la vez, al ser cuestionado sobre su autoridad para hacerlo, Jesús se identifica con el templo. La presencia de Dios no era ya simbólica en el Santo de los Santos, sino que era real en él. Es Dios hecho hombre y presente.

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San Pablo sigue sobre esta idea y dice que nosotros somos templo de Dios (1 Cor 3, 16-17). Tu y yo somos templos de Dios, lugares en donde habita el Espíritu. La Cuaresma es el tiempo propicio para hacernos esa pregunta. Si nuestra vida no es un lugar digno para que habite Dios, podemos pedirle a Jesús que lo purifique, como hizo con el templo.

Escribió San Agustín que “Dios escribió en las tablas de la Ley lo que los hombres no leían en sus corazones”. Por si no podemos leer nuestro corazón, la primera lectura de hoy nos recuerda los mandamientos de la ley de Dios, para que hagamos un examen de conciencia.

La Cuaresma es un tiempo de purificación y de fortalecimiento espiritual. Con una confesión contrita, bien preparada, en la que hagamos un propósito de cambiar, y fortaleciéndonos con la comunión, viviremos con más fruto los días en que conmemoraremos la pasión, muerte y resurrección del Señor.