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La Semana Santa

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Entre todas las semanas del año, la más importante para los cristianos es la semana santa, que ha sido santificada precisamente por los acontecimientos que conmemoramos en la liturgia y consagrada a Dios de manera muy especial. La Iglesia, al conmemorar la pasión, muerte y resurrección de Cristo, se santifica y renueva a sí misma.

La Semana Santa es una de las semanas más destacadas del año.  Denominada antiguamente «semana mayor» o «semana grande», es la semana que conmemora la Pasión de Cristo. Se compone de dos partes: el final de la Cuaresma (del Domingo de Ramos al Miércoles Santo) y el Triduo Pascual (Jueves, Viernes y Sábado-Domingo). Es el tiempo de más intensidad litúrgica de todo el año, y por eso ha calado tan hondamente en el catolicismo popular.

Los cristianos de la antigüedad estaban bien persuadidos de su grandeza; un escritor de los primeros siglos la resumió en esta frase lapidaria: “Pascua es la cumbre”. El Triduo-Pascual nació en torno a la celebración gozosa del «día en que actuó el Señor», mediante el memorial de la gran liberación realizada por Dios en Jesucristo. Pronto precedió a la celebración eucarística un prolongado ayuno de uno o dos días, en señal de duelo por la crucifixión del Salvador.

Los nuevos cristianos pertenecían a la comunidad creyente cuando por el baño de regeneración asimilaban la muerte y resurrección del Señor en la Vigilia Pascual. La Pascua era plenitud bautismal y eucarística, a la que precedía una Cuaresma de corte estrictamente catecumenal.

Podemos descansar en el pensamiento del amor de Dios, que está en el origen de todos los acontecimientos que conmemoramos en esta semana: “Porque tanto ha amado Dios al mundo, que le ha dado a su Hijo unigénito” (Jn 3,16). Toda la pasión fue motivada por amor, el amor de Dios hecho visible en Cristo. Una vez más es Juan quien nos lo afirma: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Jn 13,1).

La liturgia de la semana santa surgió de la devoción de los primeros cristianos en Jerusalén, donde Jesús sufrió su pasión. Desde los albores de la cristiandad, Jerusalén fue meta de peregrinaciones; y los peregrinos, entonces como ahora, gustaban de visitar los lugares de la pasión: Getsemaní, el pretorio, el Gólgota, el santo sepulcro.

Entre los más interesantes documentos de los primeros tiempos que han llegado hasta nosotros destaca el diario de viaje de la peregrina española Egeria. En él se contiene una descripción gráfica de la liturgia de semana santa tal como se celebraba en Jerusalén alrededor del año 400 de nuestra era.

Tenemos mucho que aprender de la devoción de la Iglesia antigua según nos la presentan los escritos que de ella se conservan. En la liturgia de semana santa, la Iglesia revive en la fe el misterio salvador de la pasión, muerte y resurrección del Señor.

El Domingo de Ramos:

  1. La Semana Santa es inaugurada por el Domingo de Ramos, en el que se celebran las dos caras centrales del misterio pascual: la vida o el triunfo, mediante la procesión de ramos en honor de Cristo Rey, y la muerte o el fracaso, con la lectura de la Pasión correspondiente a los evangelios sinópticos (la de Juan se lee el viernes).
  2. Desde el siglo V se celebraba en Jerusalén con una procesión la entrada de Jesús en la ciudad santa, poco antes de ser crucificado. Debido a las dos caras que tiene este día, se denomina «Domingo de Ramos» (cara victoriosa) o «Domingo de Pasión» (cara dolorosa).
  3. Debe comenzar el acto en una iglesia secundaria, para dar lugar al simbolismo de la entrada en Jerusalén, representada por el templo principal.05c128ba80d9dc9f1443d2eac49c6b54.jpg
  4. El rito comienza con la bendición de los ramos, que deben ser lo bastante grandes como para que el acto resulte vistoso y el pueblo pueda percibirlo sin dificultad. Después de la aspersión de los ramos se proclama el evangelio, es decir, se lee lo que a continuación se va a realizar.
  5. La Semana Santa empieza y acaba con la entrada triunfal de los redimidos en la Jerusalén celestial, recinto iluminado por la antorcha del Cordero. A la procesión sigue inmediatamente la eucaristía. Del aspecto glorioso de los ramos pasamos al doloroso de la pasión.
  6. Los ramos nos muestran que Jesús va a sufrir, pero como vencedor; va a morir, más para resucitar. En resumen, el domingo de Ramos es inauguración de la Pascua, o paso de las tinieblas a la luz, de la humillación a la gloria, del pecado a la gracia y de la muerte a la vida.

La segunda parte de la Semana Santa está constituida por el Triduo Pascual, que conmemora, paso a paso, los últimos acontecimientos de la vida de Jesús, desarrollados en tres días.

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La Pasión de Cristo: La segunda parte de la Semana Santa está constituida por el Triduo Pascual, que conmemora, paso a paso, los últimos acontecimientos de la vida de Jesús, desarrollados en tres días. La pasión comienza bíblicamente con el prendimiento de Jesús; litúrgicamente, con la entrada en Jerusalén.

La Semana Santa ha perdido ese aura de misterio tremendo e inefable de que le había rodeado la cristiandad. En cambio, crece en comunidades y grupos de creyentes la fuerza del Evangelio de Jesús, revelador de la justicia del reino y del perdón de Dios. La lectura e interpretación de los relatos de la Pasión en relación a las celebraciones en las que se proclaman nos revela que la vida es camino de cruz -vía crucis-, a partir de una entrega al servicio de los hermanos que coincide con el servicio a Dios. Al menos esto es lo que puede deducirse de la lectura y celebración de la Pasión de Cristo en la Semana Santa.

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La Muerte del Señor: Los cuatro relatos de la Pasión siguen una sucesión parecida de acontecimientos, con cinco secuencias: arresto, proceso judío, proceso romano, ejecución y sepultura.

A partir de un relato previo y breve sobre la crucifixión de Jesús, las pasiones evangélicas están redactadas con más atención y detalle que las otras narraciones. Su estilo difiere del de cualquier otra literatura que narre la batalla final y la muerte de un héroe.

Según como se interprete y se viva la muerte y resurrección de Jesús, así se configurará el modo de ser cristiano.

La muerte de Jesús se descubre fundamentalmente por la lógica de su vida. Para entender la muerte de Jesús no basta relacionarla con el sanedrín judío o el gobernador romano; es preciso conectarla con su Dios y Padre, cuya cercanía y presencia proclamó. El cómo y el porqué de la muerte de Jesús tienen una estrecha relación con el cómo y el porqué de toda su vida.

El pueblo venera a Cristo como «varón de dolores» sufriente y moribundo, con el que se identifica a través del llanto, como pueblo de oprimidos y desheredados. Por esta razón es el Viernes Santo, no la Pascua, la fiesta cristiana popular por antonomasia. La muerte de Cristo es símbolo de todo sufrimiento, tanto del natural como del provocado. Muy en segundo plano queda la cruz como imagen del «Rey de la gloria» o del Cristo resucitado. En ese Dios desamparado y cercano, no en el Todopoderoso distante, encuentra alivio el pueblo al buscar la cura de sus sufrimientos por medio de un sufrimiento divino.