Señor, Tú tienes Palabras de Vida Eterna
3 min read
Cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez
7 de marzo de 2021
a) Del libro del Exodo 20, 1-17.
En estos versos encontramos la promulgación del Decálogo o los diez mandamientos, que buscan regular las relaciones del pueblo entre sus miembros y con Dios. Son normas simples para mantener la armonía en las relaciones intergrupales, recogidas más tarde y situadas en un momento y lugar definitivos para la vida de Israel. Aquí se ubica la teofanía del Sinaí y la entrega de las Tablas de la Ley a Moisés. Estos mandamientos, propios de la sabiduría popular, se ven respaldados por la autoridad del Señor. Para un israelita, acogerse a esta Ley no suponía atar su libertad o perder su autonomía; todo lo contrario, el Dios que lo sacó de la esclavitud de Egipto, no tendría intención de volver a quitarle su libertad, sino que más bien les muestra un camino por el cual acrecentarían esa libertad.
b) De la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 1, 22-25.
A través de una serie de contrastes audaces y contundentes, San Pablo nos acerca al misterio de Cristo crucificado: es un escándalo, dice, para los judíos que esperan un Mesías triunfador. Es una “locura”, añade, para los griegos que buscan y se apoyan en la razón y la sabiduría. El misterio de la cruz sólo puede expresarse ante los ojos de la sabiduría y razón humanas como “locura y debilidad de Dios”, y precisamente por eso, es “fuerza y sabiduría de Dios”. Esta paradoja, la fuerza y debilidad de Dios, se prolonga y manifiesta en la comunidad de Corinto, compuesta de gente socialmente sin importancia. Ellos serán, sigue afirmando el Apóstol, los que humillarán a los sabios y poderosos y anularán a los que se creen que son algo.
c) Del Evangelio de San Juan 2, 13-15.
Es curioso que la única vez que el evangelio presenta un acto violento de Jesús se refiere al Templo. Sabemos la importancia que el Templo de Jerusalén tuvo históricamente para el pueblo judío. El Templo era el centro de la actividad religiosa del pueblo judío.
San Juan nos presenta a Jesús en un hecho insólito: “Como se acercaba la Pascua judía, Jesús subió a Jerusalén… tomo un látigo de cuerdas y expulsó a todos los vendedores del templo… a los que vendían palomas les dijo: saquen eso de aquí y no conviertan la casa de mi Padre en un mercado”. Este episodio tiene un profundo significado, con la venida de Jesús y su Reino cesa la Antigua Alianza, basada en la Ley de Moisés y en el culto del Templo. Por Jesús se hace efectiva la Nueva Alianza y el nuevo Culto que anunció Jeremías. La Carta a los
Hebreos explica el sacerdocio de Cristo, cuyo sacrificio personal sustituye al viejo culto del Templo.
La reacción de los judíos y los guardianes del Templo no se hizo esperar: “¿Qué signos nos muestras para obrar así?” Jesús les encaró desafiándolos: “Destruyan este templo y en tres días lo levantaré”.
Él hablaba del templo de su cuerpo y se refería a su resurrección al tercer día de su muerte, como lo entendieron los discípulos después de los acontecimientos pascuales. Todo el pasaje de la purificación del Templo por Jesús se orienta a esta automanifestación de Cristo en su misterio salvador. El significa el relevo de la Antigua Alianza y el final del culto que encarnaba el Templo de Jerusalén. Cristo da paso a una Alianza y culto nuevos en espíritu y en verdad.
Fuente: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nuestro Pueblo. v v