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“Dichosos los que crean sin haber visto”

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Cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez

 II Domingo de Pascua – Ciclo B

11 de abril de 2021

Este segundo Do­mingo de Pas­cua celebramos la Fiesta de la Divina Misericordia, esta­blecida por intención de Juan Pablo II, mediante decreto de la Congregación para el Cul­to Divino y la Disciplina de los Sacramentos publicado el 23 de mayo del 2000. La denomi­nación oficial de este día litúr­gico será «segundo domingo de Pascua o de la Divina Mise­ricordia» y las lecturas del bre­viario seguirán siendo las del misal y el rito romano.

Del libro de los Hechos de los Apóstoles 4, 32-35.

En este fragmento, se nos describe con gran sencillez el estilo de vida de la pri­mera comunidad cristiana. Aquel testimonio de vida fraterna de la primera co­munidad cristiana de Jeru­salén es admirable y hasta podría parecer utópico, pe­ro no lo es. Aquella comu­nidad se caracterizaba por una realidad indiscutible, sus miembros eran muy po­bres y había que repartir en­tre todos lo que conseguían “porque nadie consideraba sus bienes como propios… Ninguno pasaba necesi­dad…”. Este ejemplo de los primeros cristianos es una gran lección para los segui­dores de Jesús de todas las épocas porque se ve que, al aceptar el Evangelio, acep­taban también sus conse­cuencias y el testimonio de fe que todos estamos llama­dos a brindar.

De la primera carta del apóstol San Juan 5, 1-6.

El tema del amor es muy familiar en los escritos del apóstol San Juan, “el dis­cípulo a quien Jesús tan­to quería”, como él mismo lo indica en su evangelio. Y ese convencimiento lo ten­drá hasta el final de su vi­da, siendo Obispo de la Igle­sia de Éfeso. Cuando era ya muy anciano, sus discípulos lo llevaban a las celebracio­nes en las que volvía conti­nuamente sobre el tema del amor, “ámense los unos a los otros” y cuando le pre­guntaban por qué les repe­tía siempre lo mismo, de­cía “porque eso fue lo que el Maestro nos enseñó”. Con­siguientemente, quien co­noce los escritos del Após­tol, sabe que éste es un tema preferido por él, y por eso es recurrente al mismo.

c) Del Evangelio de San Juan 20, 19-31.

Tras la muerte del Maes­tro, el estado de ánimo de los Apóstoles es deplorable: puertas cerradas por miedo, tristeza, incomunicación y duda radical sobre aquel en quien habían puesto sus es­peranzas. En este contexto comunitario tiene lugar la inesperada aparición de Je­sús al atardecer. Los saludó con la paz, “La paz esté con ustedes”. Les mostró las manos y el costado y los dis­cípulos se llenaron de ale­gría al verle. En esta apari­ción, dice Juan: sopló sobre ellos y añadió: – “Reciban el Espíritu Santo…”. Pero Tomás, no estaba con ellos cuando vino Jesús.

La segunda parte del evangelio narra una segun­da aparición de Jesús re­sucitado, y tiene un desti­natario más particular: el apóstol Tomás quien se re­sistía a creer a sus compa­ñeros y exigía pruebas fe­hacientes. Tomás es un modelo paradójico de fe, pues si en un principio es paradigma de incredulidad, de la duda y de una crisis ra­cionalista, posteriormente es modelo de fe absoluta.

Jesús, después de saludar­les con la paz, invita a Tomás a realizar sus comprobacio­nes empíricas. Es entonces cuando brota de sus labios la más hermosa confesión de fe en Jesucristo que se lee en todo el Nuevo Testamen­to: “¡Señor mío y Dios mío!”. “Dichosos los que crean sin haber visto”. A los cristianos de hoy nos consuela ver la conducta de los discípulos de Jesús, en que aparece un gru­po de hombres animados por la fe en su resurrección sin que faltara la duda de Tomás y el reproche de Jesús ante su incredulidad. Pidamos al Señor que nos regale el don de la fe para que lo procla­memos resucitado y vivo en nuestras comunidades.

Fuente: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nues­tro Pueblo.
B. Caballero. En las fuen­tes de la Palabra.