“¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”
3 min readCardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez
El Domingo de Ramos inicia la Semana Santa, actualización de los acontecimientos centrales del cristianismo, la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, que no están separados de su concepción providencial en el seno de la Virgen María, sus treinta años de vida oculta en Nazaret y sus tres años de vida pública, en que recorrió todas las zonas de Palestina, comenzando por la tierra en que vivió, Nazaret, Galilea, la zona en torno al lago de Tiberíades, el valle del Jordán, sin olvidar sus reiteradas visitas a Jerusalén desde su infancia.
a) Del Profeta Isaías, 50, 4-7.
Isaías pone un acento nuevo, en el tercer cántico del Siervo del Señor, el de ser discípulo, formado en la escucha de la Palabra. Su misión es enseñar a todos los que temen al Señor y a todos los que andan extraviados y carentes de claridad. Para esto, tendrá que enfrentar incluso la hostilidad y la agresión física. Sin embargo, él soportará fielmente pues espera el triunfo definitivo que Dios mismo le concederá. Esta lectura de Isaías nos ayuda a comprender los momentos difíciles que vivió Jesús en los días previos a su dolorosa Pasión.
b) De la Carta de San Pablo a los Filipenses 2, 6-11.
San Pablo nos presenta un himno cristológico con el que las comunidades expresaban su culto de adoración a Jesucristo. Su contenido y forma externa están regidos por el esquema “humillación/exaltación”, de tantas resonancias bíblicas: “delante de la gloria va la humildad” (Proverbios 15, 33) y que en el Antiguo Testamento encuentra su máxima expresión en el canto del Siervo del Señor. El Apóstol expresa esta humillación/exaltación de Jesús a través de un proceso de descenso/ascenso, que lo llevó desde una preexistencia en estado de igualdad con el Padre a encarnarse y tomar la condición humana sin diferenciarse de ningún otro hombre; “siendo rico se hizo pobre” (2 Cor. 8, 9).
c) Del Evangelio de San Marcos 14, 1-15, 17.
Los relatos de la Pasión del Señor, evangelistas Mateo, Marcos y Lucas, no son simplemente pura crónica de los hechos, sino también kerigma o proclamación e interpretación teológica o de fe cristiana. La Pasión y Muerte del Señor tuvo lugar “por nosotros los hombres y por nuestra salvación”, como decimos en el credo; y se operó mediante la libre obediencia de Jesús al plan salvador de Dios que ama al hombre pecador.
Desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección nuestra Madre Iglesia nos invita a seguir los pasos de Jesús y luego durante el tiempo pascual que prolonga por cincuenta días el gozo de saber que Jesús reconquistó la vida para nunca más morir. Esa es la verdad que da razón de ser al cristianismo y que lo ha acreditado a lo largo de más de veinte siglos en que no han faltado, desde los mismos orígenes, despiadadas persecuciones que han dejado millones de mártires.
Por eso, hay que decirlo con sencillez, nuestra religión cristiana, a pesar de los que no la han honrado con su testimonio, tiene el aval indiscutible de una legión de hombres y mujeres, de todas las edades, que han preferido una muerte heroica a traicionar la fe que recibieron en su bautismo. Y todos ellos han vivido y viven hoy de la fe en Jesucristo, que nos ha salvado y nos invita a acompañarle en su dolorosa Pasión y llegar con él hasta el final de este camino, su gloriosa Resurrección. Jesús entrega su vida en la cruz por amor, un amor que es más fuerte que la muerte y nos da la salvación.
Fuente: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nuestro Pueblo.
B. Caballero. En las fuentes de la Palabra.