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“Soy la verdadera vid”

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Cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez

 a) Del libro de los He­chos de los Apóstoles 9, 26-31.

Saulo se presen­ta por primera vez en Jerusa­lén después de su conversión, y trata de juntarse con los discípulos, pero todos le tienen miedo y no se fían de él, pues recuerdan que tres años antes, en Jerusa­lén él “devastaba la Igle­sia” (Hechos 8,3). Enton­ces Bernabé lo presentó a los apóstoles y viene a ha­cerse su fiador ante ellos. Saulo les contó cómo ha­bía visto al Señor en el ca­mino, lo que le había dicho y cómo en Damasco había predicado públicamente en su nombre.

En Jerusalén igual que en Damasco, Pablo discute con los judíos que se con­juran contra él y lo ame­nazan de muerte, debido a esta situación los cristia­nos de Jerusalén “lo baja­ron a Cesarea y lo envia­ron a Tarso”, donde había nacido. Esta salida de la ciudad obedeció también a una visión que Pablo tu­vo en el templo en la que el Señor le ordenaba salir inmediatamente de Jeru­salén porque le destinaba a evangelizar naciones le­janas. misionales.

b) De la primera carta del apóstol San Juan 3, 18-24.

San Juan, “el discípulo a quien Jesús tanto quería” como él mismo se autodefi­ne, se caracteriza sobre to­do en sus cartas, por tratar el tema del amor, este do­mingo nos invita a amar no sólo de palabras, sino a poner por obras el amor. Quien conozca los escritos de San Juan, el Evangelio, sus cartas y el Apocalipsis sabrá que el tema del amor es recurrente. Y muchos bi­blistas lo relacionan con las expresiones de su Evange­lio que señalé al comenzar el comentario a este párrafo de su primera carta. Amar y amor se repiten varias ve­ces en este texto de la mis­ma carta.

c) Del Evangelio según San Juan 15, 1-8.

Este quinto domingo de Pascua, San Juan hace el símil de la vid y los sar­mientos, pasaje que per­tenece al coloquio de des­pedida de Jesús en la Última Cena. En la ima­gen literaria vid – sarmien­tos encontramos elemen­tos alegóricos, tales como la identificación de la vid (Cristo), del labrador (el Padre) y de los sarmien­tos (los discípulos). Bajo el simbolismo de la vid y los sarmientos se expresa la comunión del cristiano con Jesús.

En el Antiguo Testamen­to la viña era Israel, en Juan la viña es Jesús, quien no es sólo la cepa sino la vid ente­ra, el que sustenta y man­tiene unidos los sarmien­tos que somos nosotros. Las afirmaciones que más se re­piten en este texto evangéli­co son dos: permanecer en Cristo, la vid (siete veces) y dar fruto (seis veces). Lo primero es condición para lo segundo, es decir, perma­necer unido a la vid que es Cristo, es condición indis­pensable para dar fruto, lo que significa poseer la vida divina.

A lo largo de la historia Dios se ha encargado, como labrador de la viña, de ha­cer la poda de los sarmien­tos en la Iglesia de Cristo por medio de la persecu­ción y las tribulaciones. Co­mo personas hemos de re­conocer la necesidad de una poda de conversión, eli­minar muchas cosas inúti­les “ramas secas” en nuestra vida. Dar fruto, pues, signi­fica también nuestra cola­boración a la obra de Dios manifestando su vida en nosotros. Esto supone dos actitudes básicas y tan in­separables que San Juan las une conjugando la fe y el amor, uniendo la fe y las obras, una fe sin obras es una fe muerta.

Pidamos una fe viva me­diante el contacto vital con Jesucristo en la oración, en las fuentes de su Palabra, los sacramentos, la Eucaris­tía y en el amor a los herma­nos. Porque la fe y el amor han de configurar nuestra vida y la de la comunidad cristiana, nacida en la Pas­cua del Señor Resucitado.

Fuente: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nues­tro Pueblo.
B. Caballero. En las fuen­tes de la Palabra.