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JESÚS NOS ENSEÑA, CON FUERZA APOSTÓLICA, A DIRIGIR TODA GLORIA AL PADRE.

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EVANGELIO DE HOY: 3/5/21 (Jn 14,6-14).

Lo primero que expresa, el evangelio de hoy, es la unidad del Padre y del Hijo, de cuyo amor e interioridad brota el Espíritu Santo.

Cuando Jesús afirma: «Si me conocieran a mí, conocerían también a mi Padre», indica que los Doce aún no han calado en el misterio de esa divina comunión. De ahí que Felipe diga: «Muéstranos al Padre…»

La paciencia de Jesús con el proceso de fe de sus discípulos se deja sentir… «Hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y no me conoces, Felipe?». Pensemos en el pobre Felipe, con ese reclamo y las pupilas de la fe llenas de «cataratas». Pide que le muestren lo que tiene ante sus ojos… porque aún no comprende. Son verdades de fe que serán aceptadas, con la luz del Espíritu, y por eso se enfatiza en la importancia de creer. Meditemos este detalle:

Jesús se ha negado a sí mismo hasta el punto que: lo que dice, no es suyo; lo que hace tampoco, sino que su ser, su palabra y su obra proceden del Padre.

La conciencia filial de Jesús (de ser Hijo), hace que toda gloria recibida: por ser lo que es, por sus palabras y sus obras, vayan canalizadas al Padre: «Para que sea glorificado en el Hijo».

Cuando Jesús regresa al Padre, y por medio de su Espíritu, nos deja el legado de pedir obras en su nombre… De igual manera se nos exige, «morir a nosotros mismos», para que la gloria recibida no se estanque en nuestra persona, sino que mediante el Hijo vaya directo hacia el Padre.

Señor: queremos unirnos a ti cada vez más. Compartir contigo la dulce conciencia de ser hijos e hijas de Dios. No queremos empañar la gloria de tu Padre. Danos la gracia de la humildad, como sencillas criaturas. Nada merecemos ni nada bueno nace de nosotros mismos de manera autónoma. Que las palabras: «para gloria de Dios», no sean mecánicas ni automáticas… sino que broten de una sólida pureza de intención, como la tuvieron tu santos apóstoles.

  • ☆Hoy no elaboramos ninguna pregunta. Podemos hacer un rosario meditado: repetir 50 veces «para gloria de Dios»… y en este ejercicio reflexivo, muy pausado, identificar su misterio Santo, la unidad filial que supone; descifremos las veces que la boca dice una cosa, pero el corazón otra. Pidamos perdón sincero y dejémonos convertir, cada día, animados por el ejemplo de los apóstoles.

Comentarios de la hermana Ángela Cabrera